sábado, 2 de febrero de 2013

Capitulo 5 El Líder Que Hay En Ti


Todos dirigieron la mirada nerviosamente hasta la puerta, acto seguido, como si todos se fueran puesto de acuerdo, posaron de manera sincronizada sus miradas en mi. Podía leer en sus ojos que me decían a gritos -¿qué hacemos? ¡Sálvanos, tu sabes que hacer!-

En ese instante vislumbré, el gran error que había cometido al querer hacerme cargo de la situación. Todos creerían que yo sabía que tendrían que hacer, que yo los mantendría a salvo por ser la autoridad y que me haría cargo de protegerlos, hasta que llegara la ayuda.

-¡Ni modo! Tendré que hacerme cargo hasta que tenga la oportunidad de dejarlos atrás- pensé, mientras estudiaba rápidamente la panadería.

-Señor Osvaldo, ¿que tiene al fondo de esa puerta que podamos usar como defensa para asegurar la puerta?- pregunte señalándole al fondo de la panadería.

-Bueno hijo- contesto hecho un manojo de nervios –ahí tenemos el depósito, ahí está el horno del pan, algunos sacos de harina y también está la escalera al segundo piso donde vive mi patrón-

-¡perfecto! Señor Freddy y tu Eliezer, por favor ayuden al señor a Osvaldo a traer todos los sacos que puedan para bloquear la puerta-

Sin esperar a que asintieran, gire para pedir la ayuda de Alberto e Isabel.
 En toda la mitad del pasillo, había una gran nevera repleta de botellas y latas de refresco de diferentes sabores, que podría servirnos para fortificar nuestra improvisada barricada.  -Señor Alberto y usted también Señora Isabel ayúdenme a arrastrar esa nevera de allá- les indique.

Alberto me dedico una mirada quejumbrosa y agrego -no puedo- hizo una breve pausa, luego prosiguió  -tengo una herida en el brazo y no lo puedo mover-

 Le dedique una mirada inexpresiva a Alberto, y se me ocurrieron un par de improperios y algunos buenos insultos para gritarle, pero solo me limite a decir -Ok, entonces váyase al fondo, y despeje este sitio.-

Alberto me lanzo una mirada despectiva pero no agrego nada. Decidí ignorar su gesto e iba abrir la boca, para pedir la ayuda de Isabel pero esta se unió a su marido. No estaba dispuesta ayudar -Esto me pasa por hablar de más- pensé, mientras desenchufaba la nevera para empujarla.

Los golpes y gemidos no disminuían ni un ápice, mientras Osvaldo y Freddy ponían un par de sacos para bloquear la puerta.

Al cabo de unos minutos ya la nevera estaba en su sitio y al lado, 12 sacos de harina de trigo cumplían la labor de asegurar nuestro refugio.

-Sera mejor que subamos, al segundo piso ahí estaremos más seguros- indique.

Todos subieron excepto Osvaldo. -¿Cree usted que mi patrón, el señor Sylvio vuelva? No creo que le guste ver gente metida en su casa.- pregunto con preocupación.

Decirle que volvería y que todo estaría bien, sería una mentira tan grande como un castillo. -No lo sé señor Osvaldo, pero en caso de que vuelva me hare responsable, de cualquier queja que tenga por conseguir extraños en su casa- respondí.

El semblante de Osvaldo mostro algo de alivio ante mi respuesta. -¿el señor Sylvio es algún familiar suyo?- pregunte mientras subíamos las escaleras.

-¡No que va hijo! Es solo mi patrón, pero como llevo trabajando con él 12 años, nos hemos vuelto muy buenos amigos- luego agrego con tono de preocupación -espero que vuelva sano y salvo con sus dos hijos y su esposa-.

La escalera desembocaba en una sala de aspecto lujoso, al fondo le seguían dos habitaciones, a mano derecha estaban ubicadas la cocina y lo que supongo que era el baño.

A mano izquierda había dos amplias ventanas, que tenían una extensa vista de la calle y la plaza. Me asome para ver cómo estaba la situación.

El sol se asomaba tímidamente por el horizonte, desplegando sus rayos sobre los restos humanos que adornaban la plaza. Desde la ventana se divisaba la cisterna empotrada en las puertas de la iglesia, un poco más adelante varios autos ardían; despedían una negra columna de humo. Desvié la vista, hacia abajo. Conté veintitrés de esas cosas agolpadas en la puerta, daban furiosos golpes y emitían alaridos salvajes, inhumanos, sus gritos eran espeluznantes, de esos que solo se escuchan en las peores pesadillas.

Apartar la vista de tan horrible espectáculo, voltee para ver en la avenida de abajo, casi me da un infarto con lo que vi.

-¡Dios! Esto no puede ser, es imposible que esto esté pasando- dije sobresaltado por los nervios.

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