El
hedor. Siempre el hedor. Omnipresente.
Día y noche. El olor de la muerte, de cuerpos en descomposición que eran el
festín de gusanos. Delinger observo como el pobre diablo con las piernas
destrozadas, se arrastraba incesantemente por el pequeño parque que se
encontraba frente a su edificio. A veces se detenía como si hubiera escuchado
algo para luego, volver a arrastrarse de nuevo. Delinger dedujo que quizás
seguía algún patrón, ya que no se salía del parque, siempre vagaba por la misma
zona, como si buscara algo, como si hubiera algo que le dijera que tenía que
permanecer ahí.
Algo
parecido pasaba con los dos que estaban en la cancha de Básquet, solo que estos
no se movían. Llevaban días en la misma posición, sin siquiera mover la cabeza,
si no fuera por el ligero bamboleo que tenían, parecido al de un borracho,
Delinger hubiera jurado que eran estatuas, unas macabras estatuas con el
abdomen destrozado y reposando sobre un pedestal compuesto por un gran charco
de sangre, ya seca después de varios días al sol.
-Tenemos
que salir de aquí, ya no nos queda comida- pensó Delinger angustiado.
Ya
llevaban una semana encerrados en el apartamento. No habían salido pensando que
todo lo que estaba ocurriendo, era algo pasajero, algo que después de un tiempo
se solucionaría. A pesar de las dos personas que mato. Atestiguaría que fue en
defensa propia, que ellos lo atacaron a el… Quizás no sea el único caso que las
autoridades tendrían que atender.
Quizás
al día siguiente lo llamarían del trabajo para que ayudara a resolver la
situación, quizás habría algunos disturbios, protestas, muchos negocios
saqueados, pero todo terminaría por calmarse, días después todo volvería a la
normalidad, saldría con Noretza a almorzar o a cenar y hablarían de los comos y
los porque, y a la final como termino por resolverse todo, hablarían del susto
que había pasado ella, esperando a que el volviera del trabajo. Sería una
anécdota que le contaría a su hijo.
-Eso
pasó antes de que tú nacieras, fueron unos días feos-
-¿Y
tu saliste a la calle papa?- diría su hijo -¿Y no te dio miedo? ¿Que hizo mi
mama?-
Pero
la realidad era muy distinta. Nada se había solucionado, nada había salido como
el había esperado. Tuvo un atisbo de esperanza al cuarto día, cuando los
teléfonos celulares volvieron a funcionar, aunque las funciones de Internet seguían aun inactivas.
Llamaron
a cada uno de sus familiares, amigos, conocidos, al trabajo, inclusive llamaron
a algunas de las personas que tenían en sus respectivas agendas de contactos,
que habían olvidados quien eran. A ese tipo de gente que te da su numero
telefónico y nunca llamas, o solo le haces una única llamada y después olvidas
que existen, en todos los casos la respuesta fue la misma, siempre salía la voz automática de la contestadora.
También
llamaron a los números de emergencia, bomberos, policía, protección civil,
guardia nacional, pero nadie contesto. En su desesperación hasta llamaron al
servicio de atención al cliente de Digitel, solo para encontrarse con la odiosa
voz automática, y cuando elegían la opción de hablar con un operador, esperaban
pacientemente mientras escuchaban la música de fondo o las promociones y planes
que ofrecían, hasta que se dieron por vencidos. Estaban solos.
Delinger
reflexiono confuso y aterrado que si eran los únicos seres vivos, dentro de
algunos meses perdería a Noretza o a su hijo, cuando ella estuviera en los
labores de parto, quizás perdería a los dos si no encontraba las instalaciones
apropiadas, para que ella diera a luz. Estaba seguro de que podría atender el
mismo el parto, ambos tenían los conocimientos necesarios, pero mil cosas podrían salir mal ¿Y si ella necesitaba cesárea? O si el niño venia de pie y no
de cabeza, el cordón umbilical podría enredarsele en el cuello. Las
probabilidades de desastres eran enormes.
Pero
el entregarse a la desolación, al desespero, no era una opción, tenía que ser
fuerte. Fuerte por los dos ¡Perdón! Por los tres.
Escucho
varios golpes en la puerta del apartamento de al lado. Eran sus vecinos -Esos
ya no son mis vecinos- se corrigió mentalmente -Son esas cosas, son esos...- en
realidad ¿Que eran ellos? ¿Zombis? Parecía una estupidez digna de un loco,
pensar que fueran zombis, pero la realidad, la maldita y odiosa real, se lo
afirmaba constantemente, se le metía por los ojos, invadía sus oídos
diariamente con gemidos aislados, y el olor ¡Uff!
A
veces despertaba en medio de la noche, y por unos preciosos segundos pensaba
que todo era una pesadilla, que los sucesos de principio de semana habían sido
una horrible pesadilla, pero el olor le recordaba que todo había pasado en
verdad, que sus vecinos lo habían atacado y tuvo que matarlos, eran ellos o
Noretza su hijo y el. Y dios sabía que haría lo que fuera necesario, para
mantenerlos con vida. Aunque eso no evitaba que tuviera remordimientos de
conciencia.
A
veces tenia pesadillas, donde volvía a ese día solo que los sucesos cambiaban, ellos
atrapaban a Noretza y le hacia todo tipo de cosas macabras, mientras el
observaba impotente, incapaz de moverse, de hablar, de hacer algo. Pero para mal
o para bien ellos estaban muertos y el estaba vivo.
Entro
a su apartamento y cerró la puerta con llave. Vio a Noretza en la cocina
revisando los gabinetes.
-Se
que aun nos quedaba un lata de atún- dijo afligida -Se que esta por aquí, en
alguna parte, no los vamos a comer con la galleta de soda que nos queda-
-Noretza-
dijo Delinger en voz baja -Ese atún no los comimos hace dos días-
-Si
papi, pero había otro más, debe de estar por aquí- cerro los gabinetes y busco dentro de la
nevera, donde sabía perfectamente que solo encontraría agua, igual que las
otras dos veces que reviso.
-Noretza-
-Está
por aquí, espera un momento-
-¡Noretza!-
dijo Delinger levantado la voz.
Ella
volteo, dándose por vencida, No había nada más que buscar. No tenían mas comida.
-Dime,
papi- le respondió ella cabizbaja.
Él
le rodeo con la mano debajo del mentón, y le hizo levantar la cara
cariñosamente -Tengo que salir, voy a buscar comida- Añadió decidido.
-¡Estas
como loco!- exclamo asustada y furiosa a la vez -Tu de aquí no te mueves, no me
vas a dejar aquí sola- acto seguido lo abrazo y comenzó a llorar en silencio.
Delinger le correspondió el abrazo y percibió
como ella temblaba. Sintió la humedad de sus lágrimas en su pecho. Eso no hizo
más que aumentar su decisión de salir -Tengo que conseguir comida- Le puso las
manos en el abdomen, que tenia una leve curvatura de un mes y medio de embarazo
-Para los tres- agrego.
-No
papi, por favor, no salgas, yo no tengo hambre, no hace falta que salgas, por
favor, no- esbozo una sonrisa nerviosa y se limpio las lagrimas rápidamente
-Estoy bien mi gordo, de verdad-
-Tienes
hambre- no era una pregunta, era una afirmación -No me puedo quedar aquí
cruzado de brazos, viendo como mi mujer y mi hijo se consumen, tengo que salir
a buscar comida para ambos. Puede que consiga a otras personas también-
Ella
se aparto de él y le dio un empujón -¡Ah! está bien, dale, sal a que te maten,
mientras yo me muero aquí de la angustia- le respondió Noretza con rabia.
-Ya
lo decidí, voy a salir te guste o no- las palabras de Delinger fueron duras,
pero sabía que no tenía otra opción.
-¡Arrecho
el amigo, no! Pues ya vas a ver- Noretza no permitió que Delinger replicara,
salió de la cocina y se dirigió al cuarto de ambos. Salió con su casco puesto
-Vamos a ir los dos- agrego decidida.
-Nore,
no puedes ir conmigo, estas embarazada-
-Si,
estoy embarazada, no paralitica- se puso las manos sobre la cintura, e imitando
su vos agrego -Ya lo decidí, voy a salir te guste o no-
-Noretza...-
-¡No!-
-Nore...-
-¡No!-
lo volvió a interrumpir.
-Por
favor Noretza-
-¡Nada!
si tú vas yo voy-
Delinger
observo la chispa de rabia y de arrojo que brillaba en lo ojos de sus esposa, y
no pudo menos que sentirse molesto y a la vez orgulloso -¡Dios! Cuanto amo a esta
mujer- pensó.
-¿No
hay nada que pueda hacer para convencerte?- pregunto aunque sabia de antemano
la respuesta.
-Sabes
que no- replico Noretza.
-No
te separes de mi, permanece siempre detrás mio y harás lo que te diga. Si te
digo que corras, tú corres-
-Pero
pa…-
Delinger
no la dejo completar la frase -Si quieres venir conmigo, tienes que hacer lo
que te diga, esto no es negociable-
-Está
bien papi- convino.
Quince
minutos más tarde, ya estaban preparados para salir. Ambos llevaban sus respectivos
cascos. Delinger llevaba una Prieto Beretta con un cargador de 18 balas, y dos cargadores
más en los bolsillos. No era un arma legal, pero dada las circunstancias, se
vio obligado a llevársela. Por su parte Noretza, tenía un revolver calibre
treinta y ocho, estaba a nombre de el, pero el se lo había regalado después de
que le había enseñado como usarlo, como hacerle mantenimiento y todo lo demás.
-Fue
una buena decisión haberla llevado al polígono de tiro- pensó mientras abría la
puerta.
El
plan en teoría era sencillo, bajar a planta baja, salir del edificio, usar la
moto para salir por la reja que daba con el estacionamiento y llegar a la calle,
lo siguiente seria tratar de encontrar algún bodega o abasto abierto, y recoger
la mayor cantidad de comida posible, acto seguido, volver de nuevo al
apartamento. Pero los planes tienden a fallar, cuando se entra en contacto con
el enemigo. No sabia si se encontraría en algunos de los pisos alguna de esas
cosas, y usar el ascensor no era una opción. Era demasiado riesgoso, al llegar
a la moto, daba por echo que medio barrio se daría de cuenta de su presencia
(incluyéndolos a ellos) lo siguiente seria llegar a la gran reja blanca, que dividía las áreas verdes del edificio con el gran estacionamiento. Seria una
gran suerte, no encontrarse nada por el camino antes de cruzar al reja, y que
afuera no hubiera nadie esperándolos. Ya no se quería ni imaginar, la cantidad
de contratiempos que tendrían para conseguirla comida.
Caminaron
a paso lento hacia la reja que conducía a las escaleras. Cuando pasaron frente
a la puerta donde estaban sus vecinos, se sobresaltaron al escuchar que los
golpes que daban se volvían mas furiosos, y los gemidos se redoblaban. Delinger
noto como el revolver temblaba en las manos de Noretza. Se vio tentado de
intentar convencer de nuevo a Noretza para que se quedara, pero ya era inútil.
Noretza abrió la reja haciendo el mínimo de ruido, mientras Delinger vigilaba que no
hubiera movimiento en ambos sentidos de las escaleras. Comenzaron a bajar. No había nada ni nadie en el piso cinco, aunque flotaba en el aire un aroma a descomposición muy fuerte, en el piso cuatro el olor creció en intensidad, en
el piso tres ¡Oh dios!
Había un cuerpo en mitad de las escaleras que les bloqueaba el paso, invadido por
millares de diminutos gusanos pálidos, un nutrido grupo de moscas, y rodeado
por una gran cantidad de liquido putrefacto de color oscuro. El olor que despedía el cadáver, era asquerosamente agobiante, parecía que el olor no se
limitara a entrar por la nariz, sino que se metía por los poros. Ambos
sintieron el olor en el paladar y las arcadas precedieron al vomito, que estaba
compuesto en su mayoría por agua y algunas trazas de galletas de soda, pues era
lo único que tenían en sus estómagos.
Aunque
parezca extraño en ese momento Delinger recordó, una conversación que tuvo hace
mucho tiempo con un compañero de trabajo.
-Ese
tipo esta loco e`bola-
-¿Por
qué?- había preguntado Delinger.
-Pues
el bicho nos dijo que no trajéramos el desayuno para comer en la morgue, cuando
llegamos al otro día, nos encontramos con que el profe había sacado un muerto
no se de donde. El bicho nos reunió y nos dijo que comiéramos, el también trajo
su desayuno, cuando íbamos por la mitad, fíjate de la vaina, nos dijo que guardáramos lo que nos quedaba, luego agarro y abrió al muerto delante de
nosotros, y nos dijo que podíamos terminar de desayunar-
-¡Mierda!
Lo abrió-
-¡Si!
No te digo yo, unos cuantos se fueron en vomito, pero el se quito los guantes y siguió comiendo de lo mas tranquilos, nos dijo que los que se fueron no servían para realizar labores forenses y tal, y
que en el trabajo íbamos a ver cosas peores que estas y que teníamos que acostumbrarnos ¡Una loquera!
Volviendo
al presente ya recuperados de la primera impresión, y después que la nube de moscas
se disperso lo suficiente por sus insistentes manotazos, tuvieron una vista
mejor del cadáver. Al parecer era un hombre, aunque era imposible determinar su
edad ya que tenía cubierto lo poco que le quedaba de la cara, de una masa palpitante de gusanos. Delinger le dio un ligero toque en la cabeza, con el pie
derecho para ver si reaccionaba. El cadáver no se movió. Le dio una ligera
patada y algunos de los gusanos cayeron en su bota retorciéndose en señal de reproche, pero el cadáver permaneció inmutable.
-Esta es la típica escena de una película de
terror- pensó Delinger -El héroe le pasa por un lado al cadáver y este no se moverá, pero cuando le toque el turno a la chica el muerto volverá a la vida y
se le echara encima, rociándola de gusanos y pus- contra todo pronostico ambos
pasaron sin quitarle los ojos de encima al cuerpo, que en ningún momento hizo
ademan de moverse, tuvo la juiciosa costumbre de dejarse devorar por los
gusanos, como los difuntos normales.
Delinger
se limpio el sudor de la cara, totalmente aliviado. Fue Noretza la que noto que
a sus espaldas, la reja del piso dos estaba abierta y más allá, a mitad del
pasillo, había cuatro figuras que habían notado su presencia.
-Papi-
dijo ella dándole un ligero toque en el hombro a Delinger -Mira-
-Corre-
le indicó mientra la instaba empujándola por la espalda.
Los
zombis clavaron sus ojos hambrientos en ellos, mientras se ponían penosamente
en movimiento.
-No
nos alcanzaran- pensó triunfalmente Delinger.
Primero
escucho el rugido inhumano y luego lo vio. Salio de uno de los apartamentos detrás
de los zombis que los perseguían. Mostraba los dientes como si fuera un animal,
pero este en vez de arrastrarse lentamente salio corriendo, este en particular,
rezumada odio hasta por los poros, sus ojos estaban poseídos por una ira
inhumana, odio, aborrecimiento por todo aquello que estuviera vivo, o al menos
eso le pareció a Delinger. Rugió una vez mas y empezó a apartar a golpes a sus congéneres, disparado como si estuviera cargado de adrenalina.
Noretza
y Delinger apuraron los dos últimos pisos como si estuvieran siendo perseguidos por el demonio. Ambos montaron en la moto de Delinger, pero esta se
negaba a ponerse en marcha.
-¡Vamos!
¡Prende!- grito Delinger.
Escucharon
un nuevo rugido del Zombi que los seguía, ya se había desembarazado de sus compañeros no muertos. Al rugido se unieron un mar de gemidos y lamentos que provenían de todos los edificios, como si de un concierto se tratara todos gemían al unisono, quizás comunicando en su gutural lenguaje “Hora del Desayuno”
-Ya
todo el mundo se entero que estamos aquí, no podremos volver- pensó
descorazonado Delinger -¡Prende!- y la moto ya a la sexta arremetida, encendió.
Acelero de golpe, quemando en la maniobra algo
de caucho y dejando atrás a la veloz fiera que por poco se les echa encima -Por
favor que esté abierta, por favor, por favor- rezo Delinger, suspiro aliviado
al ver que la reja del estacionamiento estaba abierta.
Salieron
como un bólido hacia el estacionamiento, donde había unos cuantos de ellos,
pero estaban a una distancia considerable, no eran rivales para la velocidad de
la moto, pero el que los perseguía por la espalda, era mas rápido que el resto.
Delinger acelero y lo dejo atrás. Decidió bajar por la calle. Probarían suerte
en el Mercal. No era una de sus mejores opciones, ya que la mayoría del tiempo
se encontraba cerrado, y las veces que estaba abierto, había pocas cosas que
comprar, pero por intentar no perdían nada -¡Claro! Nada, solo uno o dos
mordiscos nos podemos llevar- especulo pesimista Delinger.
Echo
un vistazo hacia atrás, vio que el zombi corredor que los perseguía, ya se
encontraba a una considerable distancia, pero no cejaba en su inútil empresa de
darles alcance -¡Papi! Mira adelante- le urgió Noretza.
A
la mitad de la calle descansaba un micro bus volcado de lado, aunque del lado
derecho había espacio más que suficiente, para que pudieran pasar. Delinger rápidamente inclino la moto sin desacelerar. Una de esas cosas le salio al
paso.
Antes
de impactar con el cadáver, en lo que dura un latido, Delinger alcanzo a
distinguir una comitiva bastante nutrida de zombis les esperaba detrás del micro bus, luego el asfalto vino a su encuentro. No tuvo chance de frenar, el único pensamiento que ocupaba su mente fue el de su esposa.
-¡Nore!
¡Nore! ¡No!- El dolor hizo acto de presencia y un ramalazo de sufrimiento, envolvió su brazo izquierdo y sintió que algo crujía mas arriba de su muñeca. Centésimas de segundos mas tarde el mundo volvió a girar, una suela de zapato
se estrello en su cara, su cabeza protegida por el casco reboto contra el
asfalto y el mundo se tiño de rojo, un agudo pitido y el sonido que hace un balón después de rebotar se alojo en sus oídos. Mas dolor, y un nuevo giro hacían ver todo borroso y rojo muy rojo, una sensación llameante que le envolvía el muslo derecho y parte del glúteo, le arranco un aullido de dolor.
El
mundo dejo de girar. Delinger reposaba de lado tendido en la calle, noto que su
moto yacía muchos metros mas abajo totalmente inservible. La sangre proveniente
de un golpe en las cejas, le ardía al entrarle en los ojos, se llevo la mano
izquierda para tratar de limpiarse el rostro. Delinger se arrepintió al
instante de hacerlo, pues donde antes había dos dedos llamados anular y
meñique, ahora solo había una amasijo de sangre, piel destrozada y un hueso blanquecino que despuntaba cual palo mayor, no supo identificar a que dedo correspondía el hueso, por suerte aun conservaba el anillo de casado.
Aterrado,
se levanto ahogado un grito de dolor proveniente de todo el cuerpo, en especial
de la pierna derecha, pues tenía unos horribles raspones en todo el muslo, que
sangraban profusamente. Se cuido de no apoyar el peso de su cuerpo en esa
pierna. Una vez en pie y resoplando por el esfuerzo y el dolor agonizante,
concluyo en como un ser humano es capaz de sentir y aguantar tanto dolor.
Pero había problemas más acuciantes que resolver primero. Se encontraba rodeado por
más de una veintena de zombis. Un niño de no mas de diez años vestido con pantalón blue jeans y camisa de rayas, con ambos brazos amputados a la altura
de los codos se acercaba a el ansioso, acompañado de un chica que no pasaría de
los veinte, bajo las costras de sangre seca, se notaba la mortal palidez de su
piel, venia a paso lento ya que cojeaba, a causa de un enorme boquete que tenia
en el muslo derecho. Delinger noto como los huesos se le hundían en el musculo,
una y otra vez al dar un paso, pero la chica parecía no notarlo, detrás de ella
venia una señora de unos cuarenta y algo, enorme, obesa, presentaba bastante
heridas en los brazos y en un pasado, enormes pechos, ya que solo algunos
jirones de carne se bamboleaban al andar, a su lado se encontraba un hombre,
Delinger reconoció que era un hombre al ver su miembro lacio, ya que toda su
piel estaba desfigurada, como si le hubieran despellejado por completo, se
notaba todos sus músculos secos, al haber estado días al sol, aunque no presentaba ningún síntoma de descomposición. Una joven de la edad de Noretza…
-¡NORETZA!-
reacciono de repente, dio una rápida vuelta que le costo mas esfuerzo y dolor y
la vio. Estaba tendida a un lado de la calle, mas arriba de su posición, cojeo
hacia ella, mientras los zombis cerraban lenta e inexorablemente sus vías de
escape, a pesar de encontrarse bastante dispersos, no quedaba mucho tiempo, quizás unos minutos, para que se les echaran encima.
Nada
de esto le importaba a Delinger, ni los malditos zombis, ni sus heridas, ni la
pérdida de sangre, ni el increíble dolor que recorría salvajemente sus
extremidades, ese dolor no se comparaba, con el dolor que sentía por dentro,
dolor y miedo -¡Por favor! ¡Por Favor! Que respire dios, que aun respire-
Por
fin llego hasta ella, se arrodillo ante Noretza apretando los dientes e ignorando su sufrimiento propio, le tomo el pulso -¡Aun esta viva! Gracias a
dios- Unas lagrimas de alegría surcaron las mejillas de Delinger, ya que a pesar
de tener varios raspones y magulladuras en el cuerpo, Noretza había salido
relativamente ilesa del accidente. Varios gemidos desvanecieron su alegría.
Los
muertos se acercaban a paso lento, Delinger tanteo su cinturón buscando inútilmente su arma, se había caído cuando se estrello, y la de Noretza
brillaba por su ausencia. No había nada a la mano con lo que defenderse, y era inútil enfrentarse a esas cosas con las manos desnudas y menos en su deplorable
condición.
Delinger
se puso trabajosamente de pie y evaluó su situación -¡Nooo!- su grito estaba
lleno de rabia, impotencia y miedo, miedo de perder lo mas valioso que tenia en
su vida, a ella y a su bebe, si es que no lo perdió ya. Sus sueños de formar
una familia, de un futuro feliz, morirían hoy, y no había nada, absolutamente
nada que el pudiera hacer, quizás pudiera detener una o dos de esas cosas mientras
las demás lo alcanzaban a el, y a ella.
-¡Noooo!-
grito una vez más, y cojeando se dirigió a enfrentar su inminente destino.
-Deténganse-
grito alguien a su derecha.
Había dos hombres a su derecha, el primero un muchacho increíblemente pálido de unos dieciocho
años, y con unas enormes ojeras oscuras rodeandole sus ojos, tenia las manos
abiertas y en dirección a los zombis, el segundo un poco mayor que el primero,
mas musculoso y menos pálido se ocultaba detrás de el.
Por increíble que parezca los zombis, desistieron de su empeño de acercarse a
Delinger y Noretza, sus brazos colgaban a sus costados, obedeciendo al pie de
la letra la orden del muchacho. Parecía como si estuvieran bajo un tipo de
trance hipnótico
-Carlos,
ayudalo- le dijo el primero al joven que estaba detrás de el. El hombre llamado
Carlos asintió temblando y se acerco a Delinger.
-Vamos
hermano- le dijo Carlos a Delinger tomándolo por el brazo.
Delinger
no reaccionaba, estaba viendo embobado al joven que mantenía a rayas a los zombis, parecía costarle un considerable esfuerzo detenerlos. El joven volteo a
verlo.
-¡Muévete estúpido!- le grito -No los puedo detener por siempre- al desviar la atención
de los zombis, estos se reanimaron de nuevo y comenzaron a andar de nuevo, el
joven se concentro y volvió a detenerlos.
Delinger obedeció las ordenes del joven -Ayúdame con mi mujer- le indico a Carlos.
-Vamos, muévete yo la llevo- respondió Carlos señalandole al lugar de donde habían salido.
Se
trataba de una casa comunal, se encontraba antes de la intersección donde se unía una segunda calle. Delinger siguió a Carlos, quien llevaba a Noretza en
brazos. Entraron en la casa comunal, habían varias personas refugiadas en la
misma. Unos segundos después, escucharon una serie de gemidos y enseguida entro
el joven que había detenido a los no muertos, y cerro la puerta con llave.
-¡Bravo!
Adrian ¡Bravo!- dijo alguien desde el fondo de la casa mientras aplaudía –Ahora
aparte de estar encerrados aquí, estamos rodeados de esos bichos, y esa es la única salida ¡Bravo! Te la comiste, valiente héroe, ahora estamos bien jodid…- su
discurso se vio interrumpido por un violento ataque de tos.
-¡Dios
mio!- chillo una mujer señalando a Delinger -Lo Mordieron, en la mano-
-No,
esto… Me caí de la moto- respondió levantando la mano. Se volteo y encaro a
Adrian.
-¿Quién
eres tu? ¿Cómo pudiste hacer eso?- le interrogo.
Unos
fuertes golpes y varios gemidos se escucharon desde afuera. Eran ellos
-¿Escuchan? ¿Qué fue lo que yo dije? No salgan, pero no me hicieron ca… ¡Cof!
¡Cof!- el hombre de la tos volvió a interrumpirse tosiendo estruendosamente.
-Bueno…
yo…- dijo Adrian -Yo creo que soy… Que soy… Creo que soy uno de ellos- a
continuación clavo la mirada en el suelo, donde Delinger se derrumbo inconsciente por la pérdida de sangre.