-No
durara más de una semana-
-No
va aguantar la presión, ya tú vas a ver que se va a escapar-
-¿Cuánto
tiempo creen que dure antes de que pida la baja?-
Me
hicieron esos comentarios hace un mes. Hace un mes que entre al ejército a prestar servicio. Y a esta hora, a las 4:
30 am, mientras estoy formado frente al comedor, o mejor dicho frente al rancho
como le dicen aquí, mi rostro asoma una sonrisa.
-Aun
continuo aquí- pienso.
El
hilo de mis pensamientos se ve interrumpido, por un zancudo que zumba dentro de
mi oído izquierdo. No hay nada que anhele más en este preciso instante que
hurgarme dentro de la oreja y espantar al zancudo, pero sé que si no permanezco
rígido como una estatua en la formación, habrá consecuencias desagradables.
-¡Te
moviste nuevísimo! ¡Tú! no, el del al lado… ¡Sí! Tu mismo ¡¡¡Entiérrate de
cabeza mostro!!!- grita uno de los
sargentos a uno de mis compañeros, al que apodaron como “Mama Ota”.
Veo
por el rabillo del ojo como Mama Ota, apoya la cabeza sobre el suelo, se coloca
las manos detrás de la espalda y extiende las rodillas, quedando el cuerpo
sostenido por la punta de los pies y en mayor medida por la cabeza. Ya he
pasado por eso y lo peor empieza cuando han pasado unos minutos, te empieza a
doler el cuello por la tensión que está soportando. También es molesto el dolor
en el cuero cabelludo, pero es más tolerable, aun cuando el suelo es de tierra.
Más
mosquitos picándome en las piernas, y zumbando por los alrededores de mi nariz.
Si al menos usáramos pantalón en vez de estos shores azul oscuro y estas
camisas manga corta verde, no fuera tan malo, pero supongo que aguantar esto,
es parte del entrenamiento militar.
-¡Siguiente
fila!- dice el cabo primero que está en la entrada del rancho.
Es
mi fila. Al fin aprovecho para espantarme los zancudos y rascarme en todos los
sitios donde me han picado, produciéndome un alivio instantáneo. Entramos por
fin al rancho, donde el ambiente se nota más cálido que el frio glacial que
hace afuera.
Adentro
nos espera una nueva fila para recibir el desayuno. Casi todos mis compañeros
tienen una bandeja de aluminio con distintos compartimentos para los alimentos
y una taza grande también de aluminio, donde va el jugo o el café, dependiendo
de que sirvan hoy. En cambio algunos tenemos un menaje de campaña, que consiste
en un recipiente de aluminio ovalado, con una asa larga para no quemarse cuando
sirven sopa o granos La tapa del menaje esta divida en dos para los alimentos
secos, Arroz, pasta, etc. Es práctico ya que cuando le pones la tapa, el asa se
ajusta perfectamente en la división de la tapa, o si está abierto puedes
agarrar el asa y la tapa descansa sobre la misma.
Al
final de la fila otro de mis compañeros, se le resbala la bandeja de las manos
y la deja caer en el suelo. El comedor queda en silencio por unos segundos. Un
cabo segundo profiere una sonora carcajada rociando en la maniobra de algunos
copos de avena, a uno de mis compañeros que se encuentra sentado enfrente de
él.
Varios
distinguidos caen como fieras salvajes sobre el infortunado compañero que dejo
caer el desayuno, soltándole una sarta de palabras propias del extraño léxico
usado dentro del ejército.
-¡Entiérrate
de moño sobre la comida, recancano bachaco!- dice uno.
-¡No!
Que rampee sobre la comida!- dice en tono divertido otro-
-¡Estás
loco! Agrega un tercero -A mi me toca limpiar el comedor-
El
cabo primero que estaba en la entrada y que vio en todo momento lo que pasaba
en el comedor, por fin se decide a intervenir.
-Recoge
tu comida rápido, civil y vete a comer- agrega en tono fastidiado.
Los
distinguidos se apartan de su presa no sin antes hacerle señas con las manos,
que prometen un futuro muy próximo plagado de sufrimiento.
La
cola sigue avanzando hasta que por fin llega mi turno. La comida se compone de
una porción de avena bastante grumosa, que dudo que contenga leche, dos bollos
de pan, mortadela en salsa picada en pequeños trozos, un pequeño bocadillo de
guayaba y algo de insípido café.
El
estomago me rugía del hambre, y supuse que seguiría igual después de comer, al
ver la mísera ración que nos servían a nosotros y ver lo lleno que estaban los
menajes de los distinguidos y cabos. Me senté en una de las mesas más cercanas
a la salida trasera del comedor, en las que no veía a ningún superior ni
compañero. Me guardo disimuladamente el bocadillo en uno de los bolsillos, para
comérmelo mas tarde y también para evitar que algún superior me lo quite.
Me
disponía a devorar con avidez mi desayuno, cuando escuche la voz de un cabo segundo detrás de mí. Era
ni más ni menos que el cabo Zelaya -Si el infierno tuviera apellido, sería el
de ese becerro- me menciono una vez uno de mis compañeros, después que el cabo
Zelaya lo agarrara una noche y lo pusiera a hacer ejercicios hasta casi
desfallecer para acto seguido mandarlo a que se me mojara de la cabeza a los
pies y proceder a envolverlo en papel higiénico.
-Ahora
eres la momia, nuevo- había dicho Zelaya, dejando al desdichado de pie durante
toda la noche.
-¡Cesar
nuevísimo! Ceee saaar- empezó en tono burlón.
Puse
las manos cerradas como puños sobe la mesa y me quedo sentado e inmóvil, tal
como me enseñaron cuando alguien me dijera “Cesar”
Zelaya
se sentó y comenzó a comer plácidamente.
-¿Sabes?
Cuando yo era un nuevísimo como tú, me molestaba que no me dejaran comer ¿A ti
te molesta que no te deje comer nuevo? Puedes responder con sinceridad, no te
pasara nada si lo haces-
-No
me molesta mi cabo- respondí en tono neutro sin dejar de mirar el frente-
-¿No
te molesta? ¡Uff! Qué alivio, yo pensé que te estaba molestando, bueno, vista a
la izquier- me suelta y no tengo otra opción que girar la cara hacia la
izquierda.
Pasa
algunos minutos hablándome de cuando él fue un nuevo y las cosas que le hacían
cuando llego, yo dedico algunas miradas anhelantes por el rabillo del ojo a mi
comida que se está empezando a enfriarse y para colmo, algunas moscas están comenzando
a rondarla como si de zamuros volando en círculos alrededor de la carroña se
tratara.
El
cabo también se percata de las moscas y toma medidas al respecto.
-Vista
al fren nuevo ¿Ves lo que pasa por empeñarte en escucharme hablar paja? La
comida se te va a llenar de moscas, pero yo no puedo permitir eso- me dice con
fingida preocupación.
-Continuar
nuevo, agarra el pan y pícalo en pedazos, ¡Eso! Ahora echa la mortadela dentro
de la avena, ahora el café, mézclalo todo bien con la cuchara- me dice el cabo
mientras se dibuja una sonrisa cruel en su cara.
Mantengo
una expresión impasible mientras sigo las órdenes, no es la primera vez que me
hacen comer la comida mezclada, adema me consuelo pensando que igualmente la
comida estará mezclada en el estomago.
-Ahora
puedes comer, nuevo- me indica el cabo.
Empiezo
a comer con entusiasmo sin hacerle asco a la comida. El cabo me dedica una
mirada que indica que está decepcionado al ver que no afecta comer de esta
manera.
-Nuevo
¿No te da asco comer la comida así?- me pregunta extrañado.
-No
mi cabo- Le respondo con sinceridad sin dejar de comer.
-¡Cesar!-
me indica.
-¡Continuar!-
-¡Cesar!-
-¡Continuar!-
-CeeeeEEEeeee
- alarga la frase como si estuviera cantando -¡Saaaaar! Cesar, cesar, cesar,
nuevísimo. Vista a la dere-
Giro
la cabeza hacia la derecha hacia la derecha, con el rostro desprovisto de toda
emoción. Tengo claro, que si doy signos de estar molesto, podría irme mucho
peor, pero para ser sincero, esto no me afecta. Lo tomo como parte del
entrenamiento militar, el cultivar la paciencia y soportar cualquier prueba por
más dura que sea, o en este caso, tediosa -Tengo la habilidad para adaptarme a
cualquier ambiente, a cualquier prueba, a cualquier situación- Este pensamiento
me pone de buen humor, pero me cuido de sonreír, el cabo segundo podría
tomárselo como una burla.
-Vista
al fren nuevo- continúa el cabo y agrega lentamente -Cuento hasta tres y no te
veo- ¿Entendido nuevo?-
-Entendido
mi cabo-
-Ok,
uno…- Agarro el menaje más rápido de lo que dura un pestañeo y salgo despedido
del comedor antes de que tenga tiempo de pronunciar “Dos”.
Afuera
el sol comienza a emerger por el horizonte. Una tenue brisa, me trae olores
mezclados, de la maleza que crece sin control alrededor del batallón, de la
tierra mojada por el rocío de la mañana, de huevos fritos y café, quizás del
comedor de oficiales. De sonido de fondo, esta el trinar de los pájaros y el
alboroto que hacen mis compañeros lavando sus menajes y cubiertos.
Me
percato de que “Pichón de Gorila” uno de los distinguidos, un negro que parece
una montaña de músculos, me dedica una mirada y luego otra a mi comida, que ya
esta fría. Sé que inútil, pero rápidamente me llevo el menaje a la boca,
ignorando usar la cucharilla.
-Ooooooiiiiiiiiiidooooooooooo-
me grita con tono alegre. Automáticamente me vuelvo de piedra.
-¡Vista!
¡Pero vista! ¡Pero qué vista!- pichón de gorila hace una pequeña pausa teatral
y agrega casi susurrando -A la izquier-
-Paciencia,
paciencia, esto no será eterno, al finalizar el día esto no tendrá importancia
y dentro de algunos meses, seré yo el que estaré en su lugar- pienso mientras mi estomago protesta con un
inaudible rugido. Me distraigo viendo a los pájaros revolotear en el aire,
cazando insectos -Por lo menos ellos están comiendo-
-Vista
el fren nuevo, termina de comer- veo incrédulo a pichón de gorila, no creo que
me deje comer así por las buenas. Me llevo el menaje a la boca aunque le dedico
miradas de desconfianza mientras lo hago.
-Así
no nuevo, usa la cucharilla, no eres ningún animal- me reprocha.
Obedezco
y uso la cucharilla, duro menos de un minuto comiendo. Mi porción de comida era
tan exigua, que no me fuera durado mucho más. Lucho para hacerme un espacio
entre mis compañeros para lavar el menaje. Al ver que los chorros de agua que
salen de los grifos, es más tenue que un chorro de orine, opto por coger el
agua que esta empozada. No es que sirva de mucho para remover la grasa, pero es
mejor que nada.
Corro
a reunirme con los demás que están sentados afuera del comedor esperando a que
todos terminen de comer.
Me
dispongo a quitarle la grasa al menaje con la camisa, mientras escucho las
conversaciones de los demás.
-¡Verga!
Ese mama Ota si es novedoso vale, siempre cagandola- dice uno.
-Coño
¿Pero no pillaste lo que tenía la avena, menor?- interroga un segundo.
-¿Qué
tenía? No me di cuenta-
-¡Esa
mierda tenia gusanos! Yo la bote afuera del comedor- responde el segundo.
-Por
ahí una vez leí que los gusanos tiene proteínas. Yo igual me la comí. Esta
hambre que nos pone a pasar no juega- agrega González, mejor conocido como
“Euyin”.
-¡Mira
curso! La están sacando- dice uno de mis
compañeros al que todos bautizaron como “Tasmania” dado su enorme parecido al
personaje animado. Señala a la izquierda, donde está la entrada de la cocina,
de la cual vienen saliendo dos compañeros que eligieron para ser rancheros.
Ambos acarrean una olla de enormes dimensiones para lavarla, todos sabíamos que
esa era la olla donde habían cocinado la engusanada avena.
Todos
salimos a la carrera en dirección de la anhelada olla, hasta el que menciono lo
de los gusanos. El hambre que sentíamos será más efectiva que el mejor de los
lavaplatos.
Noto
con regocijo que voy a la cabeza del séquito de raspadores de ollas “Ama de
casa ¿No consigue remover los restos de avena de sus ollas? No desespere, el
grupo de acción y limpieza del ejército está listo para acudir en su ayuda. Llame
ya a los números que aparecen en pantalla. Recuerde el nombre: Grupo de acción
y limpieza del ejército. El hambre es su uniforme y su fusil, sus cucharas” -Dentro
de un rato empezaremos a estar desbordados por las llamadas- Pienso divertido
mientras echó una rápida mirada hacia atrás para calcular la distancia que me
separa del grupo.
El
terror me invade. Todos mis compañeros están empapados de sangre de pies a
cabeza. Todos sin distinción tienen horribles heridas, algunos tienen enormes
boquetes en el abdomen y el pecho, donde se pueden apreciar con total nitidez
pulmones e intestinos destrozados.
A
mi derecha se acerca corriendo pichón de gorila, quien tiene medio brazo
amputado, detrás de el viene arrastrándose mama Ota, ya que tiene las piernas
aplastadas a la altura de las rodillas. Uno de sus pies se encuentra unido aun
a las piernas, por un fino hilo de carne.
En
menos de lo que dura un suspiro, alguien me embistió por el frente y me
derribo. Al ver la cara de mi agresor, veo que es el tipo de la panadería, el
que tenía media cara destrozada. Su cara esboza una espantosa sonrisa ampliada
grotescamente al faltarle gran parte de la mejilla derecha.
-¿Cual
panadería? ¿Quién es este tipo? ¿Qué le paso a todo el mundo?-
-Todooooos-
pronuncio el tipo sin dejar de sonreír, acto seguido me mordió en el brazo
derecho, arrancándome en el proceso un generoso pedazo de carne. El dolor que
me recorre toda la extremidad es indecible. La rabia y el dolor se empiezan a
cocinar en la olla de presión de mi mente. Intente darle un puñetazo con la
mano izquierda, pero note con impotencia que no podía moverlo, es como si
estuviera atado a una cadena invisible. También tenía las piernas totalmente
inmovilizadas.
-¡No
lo mates! ¡No lo mates!- oí que una voz lejana gritaba, parece extraño pera la
voz se me hacia familiar.
A
todas estas mi agresor, escupió el pedazo de carne que me había arrancado del
brazo y volvió a sonreír complacido y volvió a morderme esta vez en el cuello.
Intente gritar pero contemple con horror que ningún sonido salía de mi boca.
-Noooooooo-
grite al fin todas mis fuerzas.
Abrí
los ojos y para mi sorpresa, me encontré con el cañón de un arma apuntándome.
Ya
no me encontraba frente al rancho, Estaba bajo techo acostado en una cama. Mire
de nuevo el arma que me apuntaba y mi primer impulso fue apartarla de mi cara
con un manotazo, pero note que tenía las manos y las piernas amarradas a la
cama donde me encontraba acostado.
-Estaba
soñando- Concluí.
-Di
algo o te mueres- me soltó la persona que me apuntaba con el revólver. Un
calibre 38 por lo que pude ver.
-Dale
pues, di algo o te vuelo el coco- me dijo el hombre. Estudie rápidamente todos
sus rasgos. Era un hombre de unos veinte y tantos, moreno, con un corte de
cabello estilo Mohicano, llevaba una chaqueta azul y pantalón de Blue Jeans
negros, con pequeñas manchas rojas. Supuse que era sangre.
-¿Quien
coño eres tú?- le pregunte con desprecio.
-Déjalo
Enrique, no ves que está vivo, no es uno de ellos- El señor Osvaldo apareció al
lado de él. El interpelado miro a Osvaldo y luego me miro a mí de nuevo y sin
mediar palabra, se enfundo el revólver al pantalón por la espalda, se dio media
vuelta y salió de la habitación.
Seguí
con la mirada a Enrique hasta que salía de la habitación, solo para cruzar la
mirada con la mujer más bella, que había tenido la oportunidad de ver en mis
más de dos décadas y medias de vida. Su cabello era negro como la noche, lo
llevaba sujeto con una cola. Sus ojos eran de un color verde cristalino hipnotizador,
similares a piedras preciosas. Por otra parte, su piel, tan blanca, casi
rozando la palidez, le daba un aire angelical junto con un rostro simétrico,
perfecto. En general, su cuerpo estaba bien proporcionado -Y los declaro marido
y mujer, tienen permitido vivir felices para siempre-
-Edward
¡Edward!-
Osvaldo
rompió el embrujo en el que me hallaba sumido.
-Dígame
señor Osvaldo- respondí.
Vi
que estaba cortando mis ataduras con una navaja. Me estaba contando cómo fue
que llegamos aquí, pero mi atención estaba centrada en los vendajes que tenía
en el brazo derecho, y la herida que tenia bajo ellos.
-¡No
me suelte!- grite asustado –No me suelte, estoy infectado, me mordieron en el
brazo, váyanse todos, déjenme aquí-
-Tranquilo
hijo, no tienes porque preocuparte-
-¿Cómo
que no? ¿No vio lo que le paso a Alberto? ¿No vio lo que le paso a Isabel? ¿O
es que acaso se le olvido que me mordieron allá afuera?- replique con la
respiración acelerada.
-Pero
es que no te mordieron, bueno, te mordieron pero a la vez no-
-¿Qué
quiere decir?- pregunte confundido.
-Hijo,
el zombi que te mordió era un anciano, un pobre viejo que no tenia dientes. El
vendaje que tienes puesto es de un raspón, no de una mordida-
Inhale
profundamente, dejando que el oxigeno invadiera lentamente mis pulmones sanos,
tan sanos como pueden estarlo los de un fumador asiduo como yo. La frase que
dice: Tienes una nueva oportunidad, encajaba a la perfección con el alivio que
sentía.
Una
vez libre de todas mis ataduras me levante, pero caí sentado en la cama de
nuevo. La chica que había olvidado, se acerco cautelosamente hacia mí.
-¿Está
bien señor?- me pregunto con un matiz de timidez en su voz.
-Sí,
me siento algo débil, pero estoy bien- respondí.
-Pues
como no vas a estar débil hijo, no has comido nada desde ayer en la noche ¿O me
equivoco?-
-Tiene
razón señor Osvaldo- admití.
-Bien
¿Qué te parece si te invito a comer un arroz chino y un Chop Suey?
-Jejeje,
ni que estuviéramos en un restaurant chino- respondí mientras mis labios
formaban una discreta sonrisa.
-Estamos
en un restaurant chino, hijo- admitió el señor Osvaldo.
-¿En
serio?-
-Es
verdad Edward ¿Así te llamas? ¿Verdad?- me interrogo la chica.
Dude
por un instante si seguir con esta farsa de no dar mi verdadero nombre y el
hacerme pasar por un oficial del ejército. Podía simplemente quitarme la
máscara y así evitar, que todos depositaran en mí sus esperanzas.
-Sí,
ese es mi nombre ¿Y el tuyo?- Veremos hasta donde me lleva este camino.
-Un
placer Edward- me tendió la mano -Me llamo Erika-
Estreche
delicadamente su mano y le dedique una sonrisa.
-Bueno
hijo, vamos a bajar para presentarte a los demás, déjame ayudarte a caminar-
agrego el señor Osvaldo.
-¿Hay
más gente aquí?- pregunte algo inquieto mientras me intentaba poner de pie.
-Si
hay varias personas más, y también esta… Mejor que lo veas por ti mismo-
respondió el señor Osvaldo con un tono de voz extraño.
Salimos
de la habitación que estaba dentro de un depósito de comida mal iluminado.
Seguramente era la despensa del restaurant. A mano izquierda había bastantes
bultos de arroz, pasta corta y larga, también había algunas pacas de harina de
trigo. En una de las esquinas había apiladas una ingente cantidad de cajas de
cerveza, “Polar Ice” “Zulia” y “Solera Light”.
-No
me caería mal un par de esas bien frías- pensé.
En
la parte izquierda había una cava industrial con la puerta abierta, del
interior salía una tenue neblina producto de la refrigeración.
Esa
neblina me hizo recordar él porque estoy aquí. Me hizo recordar que allá afuera
hay gente que debería estar muerta, sin embargo andan de pie buscándonos.
Buscando comida. También esta ese tipo, el de la panadería, el que también
apareció en mis sueños. El que habla.
“Todos”
Eso fue lo que pude leer claramente de sus labios, cuando me señalo en la
panadería ¿Qué habrá querido decir con eso? Me pregunto si será el único capaz
de hablar y aun peor, capaz de pensar. Y si eso es así ¿Habrá otros con
distintas capacidades? De ser así, las cosas se podrían poner peor de lo que
están. Se convertirían en un verdadero infierno. Quizás el infierno se canso de
hacer como que no existía y ayer apareció en escena, convirtiendo quien sabe
cuántas personas, en monstruos. En zombis.
Por
fin encontramos un tramo de escaleras bastante ancho. Mis músculos se tensaron
al oír el coro de esos malditos gemidos mientras descendíamos. Cada uno tan
distinto del otro, como huellas digitales.
El
señor Osvaldo noto mi nerviosismo, ya que me apoyaba de él para poder caminar.
-No
te preocupes hijo, aquí estamos seguros- dijo en tono tranquilizador, aunque la
expresión de su cara y la de Erika decían otra cosa.
Llegamos
al final de las escaleras. A mano derecha se encontraba la entrada al
restaurant. Una solida puerta de metal nos mantenía a salvo, a pesar de los
insistente golpes y arañazos que esas cosas le propinaban. Note que un hacha de
mano, una pala, un pico y varias escobas, reposaban al lado de la puerta,
cubiertas de sangre. No hacía falta ser un Sherlock Holmes, para deducir de
donde había salido tanta sangre.
Recorrí
con un rápido vistazo todo el lugar. Después de la puerta estaba la barra del
restaurant, donde se hallaba un hombre de mediana edad, no más de cuarenta años
le calcule, tomando una cerveza totalmente relajado, ajeno al ruido. Como si no
fuera consciente que tras los escasos centímetros de metal de la puerta, había
una horda de esas cosas, más que dispuestos a devorarlo vivo. Al fondo, a mano
izquierda, se encontraban los baños y la cocina, seguido de no más de una
docena de mesas todas distribuidas uniformemente. Todas en su totalidad, estaban
ocupadas por dos o más personas.
De
pie, recostado contra la pared, se encontraba Enrique lanzándome una mirada
desafiante. Tome nota mental sobre su actitud, y sobre los futuros problemas
que podría causar. Sobre todo al ser, hasta los momentos, la única persona
armada en el lugar. La persona de la que hablaba el señor Osvaldo se encontraba
de pie hablando con una de las personas que estaba sentada. Llevaba zapatos de
tacón alto, de un rojo intenso. Sus largas y esbeltas piernas estaban cubiertas
por unas medias pantis negra, con un diseño de telaraña, lucía una minifalda
negra y una blusa de igual color que dejaba entrever unos pechos de generosas
proporciones, que se complementaban con un color de piel moreno, casi canela.
Al hombro llevaba una enorme cartera roja. Para finalizar, su pelo era de color
castaño, totalmente liso y le llegaba a mitad de la espalda.
Estaba
claro que por donde pasara, llamaría la atención instantáneamente. Hombres y
mujeres por igual, levantarían la mirada para mirar ese cuerpo escultural. Pero
al fijarse en su cara, llegarían los comentarios. Y las burlas. Pues ese cuerpo
femenino y despampanante que cualquier fotógrafo de “Playboy” estaría
complacido por fotografiar, no pertenecía a una mujer.
En
pocas palabras, era un hombre.