lunes, 2 de diciembre de 2013

Capitulo 15 Todo Hombre Es Una Historia



-No durara más de una semana-

-No va aguantar la presión, ya tú vas a ver que se va a escapar-

-¿Cuánto tiempo creen que dure antes de que pida la baja?-

Me hicieron esos comentarios hace un mes. Hace un mes que entre al ejército  a prestar servicio. Y a esta hora, a las 4: 30 am, mientras estoy formado frente al comedor, o mejor dicho frente al rancho como le dicen aquí, mi rostro asoma una sonrisa.

-Aun continuo aquí- pienso.

El hilo de mis pensamientos se ve interrumpido, por un zancudo que zumba dentro de mi oído izquierdo. No hay nada que anhele más en este preciso instante que hurgarme dentro de la oreja y espantar al zancudo, pero sé que si no permanezco rígido como una estatua en la formación, habrá consecuencias desagradables.

-¡Te moviste nuevísimo! ¡Tú! no, el del al lado… ¡Sí! Tu mismo ¡¡¡Entiérrate de cabeza mostro!!!-  grita uno de los sargentos a uno de mis compañeros, al que apodaron como “Mama Ota”.

Veo por el rabillo del ojo como Mama Ota, apoya la cabeza sobre el suelo, se coloca las manos detrás de la espalda y extiende las rodillas, quedando el cuerpo sostenido por la punta de los pies y en mayor medida por la cabeza. Ya he pasado por eso y lo peor empieza cuando han pasado unos minutos, te empieza a doler el cuello por la tensión que está soportando. También es molesto el dolor en el cuero cabelludo, pero es más tolerable, aun cuando el suelo es de tierra.

Más mosquitos picándome en las piernas, y zumbando por los alrededores de mi nariz. Si al menos usáramos pantalón en vez de estos shores azul oscuro y estas camisas manga corta verde, no fuera tan malo, pero supongo que aguantar esto, es parte del entrenamiento militar.

-¡Siguiente fila!- dice el cabo primero que está en la entrada del rancho.

Es mi fila. Al fin aprovecho para espantarme los zancudos y rascarme en todos los sitios donde me han picado, produciéndome un alivio instantáneo. Entramos por fin al rancho, donde el ambiente se nota más cálido que el frio glacial que hace afuera.

Adentro nos espera una nueva fila para recibir el desayuno. Casi todos mis compañeros tienen una bandeja de aluminio con distintos compartimentos para los alimentos y una taza grande también de aluminio, donde va el jugo o el café, dependiendo de que sirvan hoy. En cambio algunos tenemos un menaje de campaña, que consiste en un recipiente de aluminio ovalado, con una asa larga para no quemarse cuando sirven sopa o granos La tapa del menaje esta divida en dos para los alimentos secos, Arroz, pasta, etc. Es práctico ya que cuando le pones la tapa, el asa se ajusta perfectamente en la división de la tapa, o si está abierto puedes agarrar el asa y la tapa descansa sobre la misma.

Al final de la fila otro de mis compañeros, se le resbala la bandeja de las manos y la deja caer en el suelo. El comedor queda en silencio por unos segundos. Un cabo segundo profiere una sonora carcajada rociando en la maniobra de algunos copos de avena, a uno de mis compañeros que se encuentra sentado enfrente de él.

Varios distinguidos caen como fieras salvajes sobre el infortunado compañero que dejo caer el desayuno, soltándole una sarta de palabras propias del extraño léxico usado dentro del ejército.

-¡Entiérrate de moño sobre la comida, recancano bachaco!- dice uno.

-¡No! Que rampee sobre la comida!- dice en tono divertido otro-

-¡Estás loco! Agrega un tercero -A mi me toca limpiar el comedor-

El cabo primero que estaba en la entrada y que vio en todo momento lo que pasaba en el comedor, por fin se decide a intervenir.

-Recoge tu comida rápido, civil y vete a comer- agrega en tono fastidiado.

Los distinguidos se apartan de su presa no sin antes hacerle señas con las manos, que prometen un futuro muy próximo plagado de sufrimiento.

La cola sigue avanzando hasta que por fin llega mi turno. La comida se compone de una porción de avena bastante grumosa, que dudo que contenga leche, dos bollos de pan, mortadela en salsa picada en pequeños trozos, un pequeño bocadillo de guayaba y algo de insípido café.

El estomago me rugía del hambre, y supuse que seguiría igual después de comer, al ver la mísera ración que nos servían a nosotros y ver lo lleno que estaban los menajes de los distinguidos y cabos. Me senté en una de las mesas más cercanas a la salida trasera del comedor, en las que no veía a ningún superior ni compañero. Me guardo disimuladamente el bocadillo en uno de los bolsillos, para comérmelo mas tarde y también para evitar que algún superior me lo quite.

Me disponía a devorar con avidez mi desayuno, cuando escuche  la voz de un cabo segundo detrás de mí. Era ni más ni menos que el cabo Zelaya -Si el infierno tuviera apellido, sería el de ese becerro- me menciono una vez uno de mis compañeros, después que el cabo Zelaya lo agarrara una noche y lo pusiera a hacer ejercicios hasta casi desfallecer para acto seguido mandarlo a que se me mojara de la cabeza a los pies y proceder a envolverlo en papel higiénico.

-Ahora eres la momia, nuevo- había dicho Zelaya, dejando al desdichado de pie durante toda la noche.

-¡Cesar nuevísimo! Ceee saaar- empezó en tono burlón.

Puse las manos cerradas como puños sobe la mesa y me quedo sentado e inmóvil, tal como me enseñaron cuando alguien me dijera “Cesar”

Zelaya se sentó y comenzó a comer plácidamente.

-¿Sabes? Cuando yo era un nuevísimo como tú, me molestaba que no me dejaran comer ¿A ti te molesta que no te deje comer nuevo? Puedes responder con sinceridad, no te pasara nada si lo haces-

-No me molesta mi cabo- respondí en tono neutro sin dejar de mirar el frente-

-¿No te molesta? ¡Uff! Qué alivio, yo pensé que te estaba molestando, bueno, vista a la izquier- me suelta y no tengo otra opción que girar la cara hacia la izquierda.
Pasa algunos minutos hablándome de cuando él fue un nuevo y las cosas que le hacían cuando llego, yo dedico algunas miradas anhelantes por el rabillo del ojo a mi comida que se está empezando a enfriarse y para colmo, algunas moscas están comenzando a rondarla como si de zamuros volando en círculos alrededor de la carroña se tratara.

El cabo también se percata de las moscas y toma medidas al respecto.

-Vista al fren nuevo ¿Ves lo que pasa por empeñarte en escucharme hablar paja? La comida se te va a llenar de moscas, pero yo no puedo permitir eso- me dice con fingida preocupación.

-Continuar nuevo, agarra el pan y pícalo en pedazos, ¡Eso! Ahora echa la mortadela dentro de la avena, ahora el café, mézclalo todo bien con la cuchara- me dice el cabo mientras se dibuja una sonrisa cruel en su cara.

Mantengo una expresión impasible mientras sigo las órdenes, no es la primera vez que me hacen comer la comida mezclada, adema me consuelo pensando que igualmente la comida estará mezclada en el estomago.

-Ahora puedes comer, nuevo- me indica el cabo.

Empiezo a comer con entusiasmo sin hacerle asco a la comida. El cabo me dedica una mirada que indica que está decepcionado al ver que no afecta comer de esta manera.

-Nuevo ¿No te da asco comer la comida así?- me pregunta extrañado.

-No mi cabo- Le respondo con sinceridad sin dejar de comer.

-¡Cesar!- me indica.

-¡Continuar!-

-¡Cesar!-

-¡Continuar!-

-CeeeeEEEeeee - alarga la frase como si estuviera cantando -¡Saaaaar! Cesar, cesar, cesar, nuevísimo. Vista a la dere-

Giro la cabeza hacia la derecha hacia la derecha, con el rostro desprovisto de toda emoción. Tengo claro, que si doy signos de estar molesto, podría irme mucho peor, pero para ser sincero, esto no me afecta. Lo tomo como parte del entrenamiento militar, el cultivar la paciencia y soportar cualquier prueba por más dura que sea, o en este caso, tediosa -Tengo la habilidad para adaptarme a cualquier ambiente, a cualquier prueba, a cualquier situación- Este pensamiento me pone de buen humor, pero me cuido de sonreír, el cabo segundo podría tomárselo como una burla.

-Vista al fren nuevo- continúa el cabo y agrega lentamente -Cuento hasta tres y no te veo- ¿Entendido nuevo?-

-Entendido mi cabo-

-Ok, uno…- Agarro el menaje más rápido de lo que dura un pestañeo y salgo despedido del comedor antes de que tenga tiempo de pronunciar “Dos”.

Afuera el sol comienza a emerger por el horizonte. Una tenue brisa, me trae olores mezclados, de la maleza que crece sin control alrededor del batallón, de la tierra mojada por el rocío de la mañana, de huevos fritos y café, quizás del comedor de oficiales. De sonido de fondo, esta el trinar de los pájaros y el alboroto que hacen mis compañeros lavando sus menajes y cubiertos.

Me percato de que “Pichón de Gorila” uno de los distinguidos, un negro que parece una montaña de músculos, me dedica una mirada y luego otra a mi comida, que ya esta fría. Sé que inútil, pero rápidamente me llevo el menaje a la boca, ignorando usar la cucharilla.

-Ooooooiiiiiiiiiidooooooooooo- me grita con tono alegre. Automáticamente me vuelvo de piedra.

-¡Vista! ¡Pero vista! ¡Pero qué vista!- pichón de gorila hace una pequeña pausa teatral y agrega casi susurrando -A la izquier-

-Paciencia, paciencia, esto no será eterno, al finalizar el día esto no tendrá importancia y dentro de algunos meses, seré yo el que estaré en su lugar-  pienso mientras mi estomago protesta con un inaudible rugido. Me distraigo viendo a los pájaros revolotear en el aire, cazando insectos -Por lo menos ellos están comiendo-

-Vista el fren nuevo, termina de comer- veo incrédulo a pichón de gorila, no creo que me deje comer así por las buenas. Me llevo el menaje a la boca aunque le dedico miradas de desconfianza mientras lo hago.

-Así no nuevo, usa la cucharilla, no eres ningún animal- me reprocha.

Obedezco y uso la cucharilla, duro menos de un minuto comiendo. Mi porción de comida era tan exigua, que no me fuera durado mucho más. Lucho para hacerme un espacio entre mis compañeros para lavar el menaje. Al ver que los chorros de agua que salen de los grifos, es más tenue que un chorro de orine, opto por coger el agua que esta empozada. No es que sirva de mucho para remover la grasa, pero es mejor que nada.

Corro a reunirme con los demás que están sentados afuera del comedor esperando a que todos terminen de comer.

Me dispongo a quitarle la grasa al menaje con la camisa, mientras escucho las conversaciones de los demás.

-¡Verga! Ese mama Ota si es novedoso vale, siempre cagandola- dice uno.

-Coño ¿Pero no pillaste lo que tenía la avena, menor?- interroga un segundo.

-¿Qué tenía? No me di cuenta-

-¡Esa mierda tenia gusanos! Yo la bote afuera del comedor- responde el segundo.

-Por ahí una vez leí que los gusanos tiene proteínas. Yo igual me la comí. Esta hambre que nos pone a pasar no juega- agrega González, mejor conocido como “Euyin”.

-¡Mira curso! La están sacando- dice uno de  mis compañeros al que todos bautizaron como “Tasmania” dado su enorme parecido al personaje animado. Señala a la izquierda, donde está la entrada de la cocina, de la cual vienen saliendo dos compañeros que eligieron para ser rancheros. Ambos acarrean una olla de enormes dimensiones para lavarla, todos sabíamos que esa era la olla donde habían cocinado la engusanada avena.

Todos salimos a la carrera en dirección de la anhelada olla, hasta el que menciono lo de los gusanos. El hambre que sentíamos será más efectiva que el mejor de los lavaplatos.

Noto con regocijo que voy a la cabeza del séquito de raspadores de ollas “Ama de casa ¿No consigue remover los restos de avena de sus ollas? No desespere, el grupo de acción y limpieza del ejército está listo para acudir en su ayuda. Llame ya a los números que aparecen en pantalla. Recuerde el nombre: Grupo de acción y limpieza del ejército. El hambre es su uniforme y su fusil, sus cucharas” -Dentro de un rato empezaremos a estar desbordados por las llamadas- Pienso divertido mientras echó una rápida mirada hacia atrás para calcular la distancia que me separa del grupo.

El terror me invade. Todos mis compañeros están empapados de sangre de pies a cabeza. Todos sin distinción tienen horribles heridas, algunos tienen enormes boquetes en el abdomen y el pecho, donde se pueden apreciar con total nitidez pulmones e intestinos destrozados.

A mi derecha se acerca corriendo pichón de gorila, quien tiene medio brazo amputado, detrás de el viene arrastrándose mama Ota, ya que tiene las piernas aplastadas a la altura de las rodillas. Uno de sus pies se encuentra unido aun a las piernas, por un fino hilo de carne.

En menos de lo que dura un suspiro, alguien me embistió por el frente y me derribo. Al ver la cara de mi agresor, veo que es el tipo de la panadería, el que tenía media cara destrozada. Su cara esboza una espantosa sonrisa ampliada grotescamente al faltarle gran parte de la mejilla derecha.

-¿Cual panadería? ¿Quién es este tipo? ¿Qué le paso a todo el mundo?-

-Todooooos- pronuncio el tipo sin dejar de sonreír, acto seguido me mordió en el brazo derecho, arrancándome en el proceso un generoso pedazo de carne. El dolor que me recorre toda la extremidad es indecible. La rabia y el dolor se empiezan a cocinar en la olla de presión de mi mente. Intente darle un puñetazo con la mano izquierda, pero note con impotencia que no podía moverlo, es como si estuviera atado a una cadena invisible. También tenía las piernas totalmente inmovilizadas.

-¡No lo mates! ¡No lo mates!- oí que una voz lejana gritaba, parece extraño pera la voz se me hacia familiar.

A todas estas mi agresor, escupió el pedazo de carne que me había arrancado del brazo y volvió a sonreír complacido y volvió a morderme esta vez en el cuello. Intente gritar pero contemple con horror que ningún sonido salía de mi boca.

-Noooooooo- grite al fin todas mis fuerzas.

Abrí los ojos y para mi sorpresa, me encontré con el cañón de un arma apuntándome.

Ya no me encontraba frente al rancho, Estaba bajo techo acostado en una cama. Mire de nuevo el arma que me apuntaba y mi primer impulso fue apartarla de mi cara con un manotazo, pero note que tenía las manos y las piernas amarradas a la cama donde me encontraba acostado.

-Estaba soñando- Concluí.

-Di algo o te mueres- me soltó la persona que me apuntaba con el revólver. Un calibre 38 por lo que pude ver.

-Dale pues, di algo o te vuelo el coco- me dijo el hombre. Estudie rápidamente todos sus rasgos. Era un hombre de unos veinte y tantos, moreno, con un corte de cabello estilo Mohicano, llevaba una chaqueta azul y pantalón de Blue Jeans negros, con pequeñas manchas rojas. Supuse que era sangre.

-¿Quien coño eres tú?- le pregunte con desprecio.

-Déjalo Enrique, no ves que está vivo, no es uno de ellos- El señor Osvaldo apareció al lado de él. El interpelado miro a Osvaldo y luego me miro a mí de nuevo y sin mediar palabra, se enfundo el revólver al pantalón por la espalda, se dio media vuelta y salió de la habitación.
Seguí con la mirada a Enrique hasta que salía de la habitación, solo para cruzar la mirada con la mujer más bella, que había tenido la oportunidad de ver en mis más de dos décadas y medias de vida. Su cabello era negro como la noche, lo llevaba sujeto con una cola. Sus ojos eran de un color verde cristalino hipnotizador, similares a piedras preciosas. Por otra parte, su piel, tan blanca, casi rozando la palidez, le daba un aire angelical junto con un rostro simétrico, perfecto. En general, su cuerpo estaba bien proporcionado -Y los declaro marido y mujer, tienen permitido vivir felices para siempre-

-Edward ¡Edward!-

Osvaldo rompió el embrujo en el que me hallaba sumido.

-Dígame señor Osvaldo- respondí.

Vi que estaba cortando mis ataduras con una navaja. Me estaba contando cómo fue que llegamos aquí, pero mi atención estaba centrada en los vendajes que tenía en el brazo derecho, y la herida que tenia bajo ellos.

-¡No me suelte!- grite asustado –No me suelte, estoy infectado, me mordieron en el brazo, váyanse todos, déjenme aquí-

-Tranquilo hijo, no tienes porque preocuparte-

-¿Cómo que no? ¿No vio lo que le paso a Alberto? ¿No vio lo que le paso a Isabel? ¿O es que acaso se le olvido que me mordieron allá afuera?- replique con la respiración acelerada.

-Pero es que no te mordieron, bueno, te mordieron pero a la vez no-

-¿Qué quiere decir?- pregunte confundido.

-Hijo, el zombi que te mordió era un anciano, un pobre viejo que no tenia dientes. El vendaje que tienes puesto es de un raspón, no de una mordida-

Inhale profundamente, dejando que el oxigeno invadiera lentamente mis pulmones sanos, tan sanos como pueden estarlo los de un fumador asiduo como yo. La frase que dice: Tienes una nueva oportunidad, encajaba a la perfección con el alivio que sentía.

Una vez libre de todas mis ataduras me levante, pero caí sentado en la cama de nuevo. La chica que había olvidado, se acerco cautelosamente hacia mí.

-¿Está bien señor?- me pregunto con un matiz de timidez en su voz.

-Sí, me siento algo débil, pero estoy bien- respondí.

-Pues como no vas a estar débil hijo, no has comido nada desde ayer en la noche ¿O me equivoco?-

-Tiene razón señor Osvaldo- admití.

-Bien ¿Qué te parece si te invito a comer un arroz chino y un Chop Suey?

-Jejeje, ni que estuviéramos en un restaurant chino- respondí mientras mis labios formaban una discreta sonrisa.

-Estamos en un restaurant chino, hijo- admitió el señor Osvaldo.

-¿En serio?-

-Es verdad Edward ¿Así te llamas? ¿Verdad?- me interrogo la chica.

Dude por un instante si seguir con esta farsa de no dar mi verdadero nombre y el hacerme pasar por un oficial del ejército. Podía simplemente quitarme la máscara y así evitar, que todos depositaran en mí sus esperanzas.

-Sí, ese es mi nombre ¿Y el tuyo?- Veremos hasta donde me lleva este camino.

-Un placer Edward- me tendió la mano -Me llamo Erika-

Estreche delicadamente su mano y le dedique una sonrisa.

-Bueno hijo, vamos a bajar para presentarte a los demás, déjame ayudarte a caminar- agrego el señor Osvaldo.

-¿Hay más gente aquí?- pregunte algo inquieto mientras me intentaba poner de pie.

-Si hay varias personas más, y también esta… Mejor que lo veas por ti mismo- respondió el señor Osvaldo con un tono de voz extraño.

Salimos de la habitación que estaba dentro de un depósito de comida mal iluminado. Seguramente era la despensa del restaurant. A mano izquierda había bastantes bultos de arroz, pasta corta y larga, también había algunas pacas de harina de trigo. En una de las esquinas había apiladas una ingente cantidad de cajas de cerveza, “Polar Ice” “Zulia” y “Solera Light”.

-No me caería mal un par de esas bien frías- pensé.

En la parte izquierda había una cava industrial con la puerta abierta, del interior salía una tenue neblina producto de la refrigeración.

Esa neblina me hizo recordar él porque estoy aquí. Me hizo recordar que allá afuera hay gente que debería estar muerta, sin embargo andan de pie buscándonos. Buscando comida. También esta ese tipo, el de la panadería, el que también apareció en mis sueños. El que habla.

“Todos” Eso fue lo que pude leer claramente de sus labios, cuando me señalo en la panadería ¿Qué habrá querido decir con eso? Me pregunto si será el único capaz de hablar y aun peor, capaz de pensar. Y si eso es así ¿Habrá otros con distintas capacidades? De ser así, las cosas se podrían poner peor de lo que están. Se convertirían en un verdadero infierno. Quizás el infierno se canso de hacer como que no existía y ayer apareció en escena, convirtiendo quien sabe cuántas personas, en monstruos. En zombis.

Por fin encontramos un tramo de escaleras bastante ancho. Mis músculos se tensaron al oír el coro de esos malditos gemidos mientras descendíamos. Cada uno tan distinto del otro, como huellas digitales.

El señor Osvaldo noto mi nerviosismo, ya que me apoyaba de él para poder caminar.

-No te preocupes hijo, aquí estamos seguros- dijo en tono tranquilizador, aunque la expresión de su cara y la de Erika decían otra cosa.

Llegamos al final de las escaleras. A mano derecha se encontraba la entrada al restaurant. Una solida puerta de metal nos mantenía a salvo, a pesar de los insistente golpes y arañazos que esas cosas le propinaban. Note que un hacha de mano, una pala, un pico y varias escobas, reposaban al lado de la puerta, cubiertas de sangre. No hacía falta ser un Sherlock Holmes, para deducir de donde había salido tanta sangre.

Recorrí con un rápido vistazo todo el lugar. Después de la puerta estaba la barra del restaurant, donde se hallaba un hombre de mediana edad, no más de cuarenta años le calcule, tomando una cerveza totalmente relajado, ajeno al ruido. Como si no fuera consciente que tras los escasos centímetros de metal de la puerta, había una horda de esas cosas, más que dispuestos a devorarlo vivo. Al fondo, a mano izquierda, se encontraban los baños y la cocina, seguido de no más de una docena de mesas todas distribuidas uniformemente. Todas en su totalidad, estaban ocupadas por dos o más personas.

De pie, recostado contra la pared, se encontraba Enrique lanzándome una mirada desafiante. Tome nota mental sobre su actitud, y sobre los futuros problemas que podría causar. Sobre todo al ser, hasta los momentos, la única persona armada en el lugar. La persona de la que hablaba el señor Osvaldo se encontraba de pie hablando con una de las personas que estaba sentada. Llevaba zapatos de tacón alto, de un rojo intenso. Sus largas y esbeltas piernas estaban cubiertas por unas medias pantis negra, con un diseño de telaraña, lucía una minifalda negra y una blusa de igual color que dejaba entrever unos pechos de generosas proporciones, que se complementaban con un color de piel moreno, casi canela. Al hombro llevaba una enorme cartera roja. Para finalizar, su pelo era de color castaño, totalmente liso y le llegaba a mitad de la espalda.

Estaba claro que por donde pasara, llamaría la atención instantáneamente. Hombres y mujeres por igual, levantarían la mirada para mirar ese cuerpo escultural. Pero al fijarse en su cara, llegarían los comentarios. Y las burlas. Pues ese cuerpo femenino y despampanante que cualquier fotógrafo de “Playboy” estaría complacido por fotografiar, no pertenecía a una mujer.


En pocas palabras, era un hombre.