Algunos le decían Cara e’ Pizza, otros lo
conocían como Franklin, otros en cambio lo conocían como “El Becerro que me
robo”.
Franklin no era muy querido en la parte alta
de Los Magallanes de Catia, lugar donde vivía; y no era porque siempre andará
hasta las cejas de Cocaína o porque la policía lo buscara por haber participado
en el robo de un furgón blindado de transporte de valores. La gente lo
detestaba por ser un asesino.
Un asesino loco. Bastaba con alguien cruzara
la mirada con él para que se desencadenara la tragedia.
-¿Por
qué tu me ves feo mardito?- le dijo Franklin a Ronald, un joven de 19 años,
padre de tres niños que casualmente pasaba por ahí en dirección hacia su
trabajo. Era el Marido de Jessica la cual estaba embarazada de su cuarto hijo.
-Bájale dos Franklin – le respondió Wilmer,
uno de los pocos compinches de Franklin que conocía su temperamento explosivo.
- Que bájale dos nada menor- espeto franklin
–esta bruja me está viendo feo, hay que darle unos tiros para que aprenda a
respetar a los tipos serio- y sin más saco su Beretta y le disparo cuatro veces
en el pecho a Ronald, el cual no se entero de lo que pasaba porque venía
escuchando música con su Mp3, no tuvo tiempo de reaccionar ni de comprender que
era lo que estaba sucediendo.
No conforme Franklin se acerco al cadáver de
Ronald y le disparo dos veces más en la cabeza.
-¡Menor te pasaste de caimán!- exclamo Wilmer
–este era un chamo sano-
-Era una bruja causa, y a las brujas hay que
darle coquero- contesto Franklin
balanceándose por el efecto de la cocaína que algunos minutos antes
había consumido.
-De todas formas causa, te pasaste de lacra-
dijo Wilmer con el característico acento que usan los delincuentes en todos los
barrios de Caracas. -Nos vemos al rato Wilmer, voy pa’ la casa a papear algo-
contesto Franklin con total tranquilidad.
Franklin le paso por encima del cadáver de
Ronald, mientras los curiosos se asomaban tímidamente por las ventanas. Este
sería el tema de conversación en los días siguientes. Aunque hablarían y
exagerarían el numero de disparos, o las
personas implicadas, nadie denunciara a Franklin, porque más que odiarlo; le
temían. Temían las represalias que vendrían si él se enteraba de quien lo
denuncio, y gracias a los contactos y familiares de Franklin que trabajaban en
la policía y el déficit de la justicia en Venezuela, por más que lo arrestaran
siempre salía libre en menos de 48 horas.
Así
que Franklin hacía y deshacía en Los Magallanes de Catia. Mataba, robaba y en
algunas ocasiones violaba a cualquier mujer que le llamara la atención. Así
transcurría su vida, hasta la noche en que sucedió todo.
Franklin se despertó. -Ese perico estaba
demasiado bueno- pensó en la cocaína que se había suministrado. Sin saber cómo
estaba tirado boca arriba en el suelo, alargo los brazos, fascinado ante el
gran torrente de letras números y símbolos que pasaban a velocidad de vértigo
entre sus ojos.
-¡Mierda feooo!- Exclamo maravillado moviendo
los dedos frente a su cara -Es como en la película del feo ese, el tipo se
ponía unos lentes de contacto y podía ver ese viaje de dibujos-
Después de un rato se levanto. Contemplo a
Wilmer y a José tirados en el sofá de su casa. Había algo extraño en ellos,
medito franklin por un momento mientras se llevaba la mano a la cara para
acariciar su mentón.
Quizás fuera el hecho de que parecieran
desmayados o que estuvieran cubiertos de sangre. Se miro hasta el mismo
cubierto de sangre en el pequeño espejo que colgaba en la pared de zinc de su
precaria vivienda.
No lo pudo soportar más, se lanzo al sofá que
no estaba ocupado por sus dos compañeros y se puso a reír de manera
incontrolable. -Este es el mejor perico que me he metido en toda mi vida,
coño’esumadre vale- decía entre sus incontenibles carcajadas.
Minutos después cuando hubo recuperado el
aliento, pensó -¡Feo! Tengo que conseguir más de ese perico, esta nota es
demasiado bandera- miro al cadáver de
José y agrego -¡Vamos menor! a casa del
pana Robert a comprar tres bolsitas de perico- al no recibir respuesta de su
difunto compañero contesto con una nota de fastidio en su voz-Si eres mal
Pega’o menor- a continuación salió a comprar su ansiada dosis de Cocaína.
El panorama que se observaba desde la cima
del barrio donde Franklin tenía su residencia era desolador. Incendios por
doquier, múltiples accidentes de tránsito a lo largo y ancho de las autopistas
que se divisaban a lo lejos y una neblina gris que poco a poco se dispersaba,
aun mas lejos en dirección oeste.
Ante estas imágenes sacados de un
documental sobre la segunda guerra
mundial; Franklin por toda respuesta, se carcajeo como poseso mientras bajaba
excitado y a la carrera por el camino de tierra a la casa de Robert, mientras
su subconsciente repetía como un mantra “que perico mas bueno, que perico mas
bueno”.
Por el camino se encontró a varias personas
del barrio -¡Habla cloro causita!- dijo Franklin a un amigo de él, que avanzaba
por el camino con paso vacilante hacia él.
Franklin lo observo detenidamente, el también
tenía algo raro. También se veía cubierto de sangre al igual que sus
compañeros.
Franklin no le dio importancia ya que creyó,
que esa visión era producía por la Cocaína que ansiaba comprar -¿Por qué
caminas así lacrita? ¿Tas rasca’o?- interrogo Franklin dando una fuerte palmada
en el hombro de su amigo. Este perdió el equilibrio y cayó rodando por el
cerro, que se encontraba del lado derecho del camino. Fue a parar al techo de
una casa al final del barranco.
-Jajajaja ¡Boleta! ¿Tú también estas pega’o?-
pregunto Franklin, en medio de sus incontenibles carcajadas.
Cinco minutos después, Franklin llego a casa
de Robert -¡Menor! Dame tres dulces
tipo- menciono franklin casi en un susurro, ya que se encontraba a pocos pasos
de la puerta.
Espero varios segundos y no obtuvo respuesta,
decidió tocar la puerta. Dio dos leves golpes y la puerta se abrió. Franklin se
asomo en el umbral de la puerta y echo un vistazo; nada solo oscuridad, tenían
todas las luces apagadas.
-Menor ¿donde estas?- pregunto
intrigado, era la primera vez que
entraba a casa de Robert, ya que siempre lo atendían desde afuera.
-Tipo voy a pasar, dame cinco gramos de c…-
Franklin se detuvo en medio de la oración ya que se encontró de frente con
Robert.
A
pesar de la oscuridad Franklin noto que Robert estaba mortalmente pálido -¡Feo!
te pareces al maricon de Crepúsculo-
pensó comentar Franklin, pero la abundante sangre que chorreaba de los
ojos, la nariz y la boca de Robert lo hizo cambiar de parecer.
Creyendo aun que era todo lo que veía, era
fruto de alucinaciones producidas por la cocaína, Franklin esbozo una gran
sonrisa y agrego -Tipo dame diez
gramos de perico, esta nota es demasiado malandra-
Se metió las manos en el bolsillo para sacar
el dinero pero Robert, pasó a su lado tambaleándose y sin pronunciar palabra
alguna, salió de la casa. Franklin se quedo atónito al ver como Robert lo ignoraba
por completo.
-¡Ah! No me vas a parar bola ¡Rolo e’
bruja!- dijo franklin a modo de burla
-¿Pues sabes que becerro? Estas
asalta’o- Robert continuo caminando sin prestarle atención.
-De pana te voy a robar las panelas de coca-
grito Franklin, mientras Robert se perdía camino arriba –Guerra avisada no mata
a soldado, y si lo matas es por guevon- medito Franklin mientras buscaba a
tientas el interruptor de la luz.
Después de algunos minutos y varios
tropiezos, Franklin localiza el interruptor y encendió la luz. Busco por la
sala sin encontrar rastro alguno de Cocaína, busco en la cocina con resultados
iguales. Finalmente entro en uno de los cuartos y dio con lo que buscaba.
Era el depósito de Robert -¡Marico! Estoy en
el cielo- Exclamo Franklin ante la visión que se desplegaba ante sus ojos. El
depósito estaba compuesto por un par de mesas que albergaban 7 panelas de
Cocaína, una caja de cartón hasta el tope de marihuana bien desmenuzada, tres potes de leche de un kilo full de
Cocaína en pitillos de 5 gramos y un jarra repleta de la droga preferida de los
recoge-latas “La piedra”
Por si esto no fuera poco, al repertorio de
drogas que vislumbro Franklin habría que agregarle un par de Glock 45 con
selector, 8 cargadores de 32 balas que en conjunto hacían las famosas “peine
pa’ fuera”, dos pistolas y Cuatro granadas fragmentarias.
-¡Cambio de gobierno! Rolo e’ chiguire-
exclamo emocionado franklin –Ahora si es verdad que estas asaltado bruja y si
no te gusta, nos vamos a tener que matar, porque de aquí no me saca ni la
abuela de Tarzan- acto seguido se dispuso a prepararse un tabaco compuesto por Marihuana
bien cargado de cocaína y aderezado con un toque de piedra.
-Tremendo bate aliñado que me voy a fumar-
pensó Franklin sonriente.
Que horrible la manera en que hablan estas personas...
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