Hinmaru
encabezaba la marcha, seguido de Carol y por ultimo Michael. Llevaban horas
caminando por un fétido túnel que estaba conectado a la tanquilla de
electricidad que habían escogido como escondite.
Recorriendo
la oscuridad del pasaje subterráneo, los acompañaban algunos insectos rastreros
atraídos por la inmundicia que expele diariamente la ciudad y una que otra
rata. Pero en opinión de Hinmaru lo peor no era caminar con el agua hasta los
tobillos, o estar rodeado de tan peculiar fauna, ni siquiera se podría quejar
por la penetrante oscuridad que le impedía ver más allá de unos escasos metros,
o el intenso olor a orine y heces estancadas, quien sabe por cuánto tiempo. Lo
que de verdad él consideraba lo peor de todo, era la ausencia de una salida. El
túnel parecía no tener fin, y por ninguna parte veía signos de luz solar
filtrándose por los agujeros de alguna tapa de alcantarilla, solo un interminable
camino en penumbras.
Había
notado que en algunos puntos el túnel descendía y en otros se volvía mas
empinado, también había percibido que en algunas partes el túnel describía una
curva hacia la izquierda, poniendo una mano sobre la pared, pero rápidamente
desistió de tantearlas, ya que se ensucio la mano con una especie de barro
maloliente.
En
todo el trayecto nadie tuvo el valor de hablar, ya que temían que al abrir la
boca, una panda de caníbales asesinos emergiera de la oscuridad para echárseles
encima, y destrozarlos a dentelladas.
Finalmente
se encontraron con el túnel se dividía en dos caminos distintos.
-¿Ahora
por donde?-pregunto Carol a nadie en particular casi en un susurro.
Michael
se adelanto y examino los dos caminos.
-Vamos
por aquí- indico señalando el camino de
la izquierda –Aquí se siente una corriente de aire-
Siguieron
caminando por un par de minutos por el camino elegido y el trió noto que el
agua estaba bajando de nivel y el camino descendía gradualmente.
Después
de recorrer unas decenas de metros, notaron un punto de luz a lo lejos.
-¡Por
fin una salida!- Pensó Hinmaru, mientras asía con fuerza la mano de Carol.
Continuaron
avanzando hasta que la luz del mediodía y el rugir de un rio los recibía. El
grupo entrecerró los ojos y usaron las manos para protegerse los ojos ante la
repentina claridad.
-¿Dónde
estamos?- pregunto Hinmaru.
-Este
debe ser el rio Guaire- comento Michael.
Habían
salido por uno de los innumerables desagües de Caracas, pero no sabían por
cual. El rio tenía un tono verde pálido, por los desperdicios y aguas negras
que había acogido de la ciudad durante décadas. El rio estaba canalizado en varias
secciones, para acogerlo en sus distintos niveles que dependía de la temporada.
En este momento se encontraba en el nivel medio.
Alrededor
de quinientos metros a la izquierda,
había un camión y varios autos que se habían salido de la autopista y habían
caído al rio, formando un improvisado dique que desviaba la corriente a ambos
lados.
Michael
pensó nervioso si los ocupantes del accidente estuvieron muertos o más graves
aun, que estuvieran no muertos y estuvieran luchando por salir.
-Miren
allá, debajo de la autopista- señalo Carol hacia la derecha. Debajo de uno de
los pilares, que sostenía la autopista que pasaba por encima de sus cabezas,
había una especie de refugio. Quizás era uno de esas construcciones hechas por
algún indigente.
-Vamos
a ver si hay alguien- agrego Michael.
-¿Y
si hay una de esas cosas que nos persiguió anoche?- en la voz de Carol se notaba el temor que
sentía, ante la perspectiva de encontrarse nuevamente con uno de esos seres. En
su mente estaban latentes los espeluznantes recuerdos, de la noche anterior en
el centro comercial.
-No
nos queda otra opción Carol, tenemos que encontrar algún sitio donde
escondernos, hasta que las cosas se calmen- Hinmaru estaba convencido de que la
situación, se solucionaría. Solo era cuestión de tiempo para que las
autoridades tomaran cartas en el asunto ¿Verdad?
Todos
se pusieron en camino. Miraban a todos lados, atentos a cualquier señal de
movimiento, aunque no había señales de vida por ninguna parte. No se escuchaba
ningún sonido aparte del rio, nada de autos o motos circulando o personas
hablando, ni siquiera el trinar de un pájaro. Parecía como si la ciudad entera
estuviera conteniendo el aliento.
Finalmente
llegaron a su destino. Varias bolsas negras de basura y algunos trozos de
cartón ocultaban el interior. Michael e Hinmaru se adelantaron y descorrieron
las bolsas para mirar en el interior, ambos asieron con fuerza la llave de
tuercas y la llave de cruz, como si de una moderna maza y lanza se trataran.
El
interior estaba desierto. Del lado derecho se encontraba un enorme trozo de
goma espuma, que quizá hacia las veces de cama, a mano izquierda sobre cuatro
bloques de cemento había una tabla, sobre la cual había una cocina eléctrica de
una sola hornilla, sobre esta había una olla, llena de agua hirviendo, en el
techo había un bombillo fluorescente de forma espiral, de los llamados
ahorradores. El cable que alimentaba a él bombillo, estaba amarrado a un trozo
de alambre que estaba sujeto a una gruesa cabilla, que sobresalía de la
estructura de la autopista. Para finalizar al fondo había otra cortina hecha de
bolsas de basura.
Hinmaru
y Michael tensaron los músculos, cuando vieron salir del fondo a una persona.
-¿Quiénes
son ustedes? ¿Qué hacen aquí- pregunto un indigente en tono malhumorado.
Ambos
respiraron aliviados al ver que se trataba de otro ser humano.
-Disculpe
por entrar así en su err… casa, pero espero que nos pueda ayudar- se adelanto
Hinmaru a contestar.
-Hinma
¿Está todo bien ahí?- pregunto Carol cautelosa.
-Sí,
todo está bien, pasa- respondió Hinmaru.
-¿Y
en que se supone que les pueda ayudar un mendigo como yo? Pregunto el indigente
que se mostraba receloso.
-Bueno,
vera, es una historia bastante larga y difícil de creer- dijo Michael.
Entre
los tres pasaron casi media hora, contándole al indigente sus respectivas
historias. Cuando alguno de ellos hacia una pausa al rememorar las partes más
crudas de sus recuerdos, enseguida el otro retomaba la historia.
-Esperamos
que nos pueda hacer el favor de dejarnos quedar aquí, hasta que todo este rollo
se solucione- puntualizo Hinmaru.
-
Bien jóvenes, podría preguntarles que clase drogas están usando, ya que su
historia es bastante fantasiosa y difícil de creer- contesto el indigente -Pero
por la expresión de sus caras, parecen sinceros, además durante gran parte de
la noche, yo también escuche el gran alboroto del que hablan, disparos, gritos,
choques de transito y paren de contar. Así que si, pueden quedarse tanto como
gusten, aunque no tengo mucho que ofrecerles.
-Muchas
gracias señor- dijo Carol visiblemente aliviada de encontrarse en un lugar
relativamente seguro -No sabe lo feas que están las cosas- agrego.
-A
todas estas ¿Como se llama usted?- pregunto Michael al indigente mientras este
sacaba, de unos de los huecos de los bloques de cemento, un sobre con algo de
café, una bolsa transparente con un poquito de azúcar, y un colador de café
bastante negro, por el uso continuo.
-Miguel,
Miguel Ángel López, así me llamaban hace mucho tiempo- respondió el indigente
mientras preparaba el café.
-¿Y
cómo es que llego a vivir aquí? Claro si no le molesta que le pregunte-
pregunto Hinmaru.
-No,
por supuesto que no me molesta, pero es una historia bastante larga y no quiero
aburrirlos con ella- respondió Miguel mientras les ofrecía a cada uno un vaso
de plástico anaranjado repleto de café humeante “Ron Gran Reserva” decían los
vasos.
Todos
recibieron los vasos, algo reacios a darles un trago.
-No
se preocupen, es agua potable, no la saque del rio- indico Miguel, al tiempo
que les ofrecía unos cuñetes de pintura para que se sentaran.
El
café a pesar de faltarle un poco más de azúcar, tenía buen sabor y les ayudo a
relajarse un poco.
-Nos
gustaría que nos hablara más sobre usted señor miguel, así que adelante
cuéntenos su historia- agrego Carol, el café había calmado un poco sus nervios.
-Bien,
sin insisten. No toda la vida he sido un
pordiosero- comenzó Miguel -Hace mucho tiempo, cuando vivía en Maracay, tenía
un buen trabajo, una esposa y un hijo. Yo trabaja para una agencia de
publicidad y mi esposa era contadora. Vivíamos acomodados a pesar de nuestros
humildes comienzos. Recuerdo que cuando ella salió embarazada le asegure que a
nuestro hijo no le faltaría nada, no quería que mi hijo pasara por todo lo que
yo pase para llegar hasta donde estaba. Así que incremente mi ritmo de trabajo,
pasaba largos periodos fuera de mi casa viajando, buscando nuevos clientes,
cerrando contratos y mil cosas más-
Miguel
dio un largo trago a su vaso y prosiguió -Me sentí el hombre más feliz del
mundo, cuando recibí la noticia de que mi esposa había dado a luz un precioso
niño. Lamentablemente no pude estar en el parto, ya que me encontraba en un
aeropuerto en el estado Zulia. Si en ese momento hubiera parado, si en ese
momento me hubiera detenido, quizás hoy estuvieran conmigo.
Miguel
se quedo callado por un momento, quizás no fuera el único al que le afectara
sus recuerdos.
-No
es necesario que siga señor miguel- agrego Michael -Puede dejarlo hasta...-
-Estoy
bien- le interrumpió miguel –Lo cierto es que continúe esforzándome para el darle
el mejor futuro posible a mi esposa y mi hijo. Los días de ausencia se
convirtieron en semanas, las semanas se convirtieron en meses. Así continúe
durante unos cuantos años “este será el último” me decía mi mismo “después de
este contrato agarrare vacaciones” pero siempre había un nuevo contrato que
firmar o un cliente al que atender-
De
un solo trago, miguel apuro todo el contenido de su vaso, luego prosiguió
-Finalmente llego el día en que mi esposa decidió que había aguantado suficiente.
Me pidió el divorcio. Había descuidado por demasiado tiempo a mi familia y me
había obsesionado con el trabajo. Intente convencerla de que reconsiderara su
decisión, pero ella alego que me lo había pedido demasiadas veces. Me había
suplicado por mucho tiempo que hiciera una pausa, que me tomara un tiempo para
compartir con ella y mi hijo, pero yo siempre salía con el mismo argumento
“quiero darle a mi hijo y a ti el futuro que se merecen”-
-Me
enfoque en lo material olvidando en el camino, ser un esposo y un padre-
reconoció Miguel -El divorcio se consumo y mi esposa se fue del apartamento con
mi hijo. Recuerdo el día que volví de viaje. Me quede inmóvil delante la puerta
del apartamento, durante varios minutos. No tuve el valor para entrar. Eran demasiados
recuerdos, demasiadas vivencias, demasiadas cosas que habían sucedido en ese
apartamento. Sabía que al entrar, cada mueble, cada cuadro, cada adorno,
indudablemente me recordarían a ella y a mi hijo. Me sentía como un extraño
invadiendo un hogar ajeno-
-Decidí
que no tenía el valor para entrar, y ahí cometí el primer error, no afrontar
mis problemas. Salí del edificio y me dirigí a la tasca más cercana y ahí
cometí mi segundo error, olvidarme de mis problemas, ahogándolos en el alcohol,
por ultimo cometí mi tercer y último error, echarme al abandono. No volví a mi
casa, decidí caminar sin rumbo fijo. Una noche mientras dormía en las escaleras
de una tienda de zapatos me robaron lo poco que tenía en mi cartera y mi
celular que para ese entonces estaba descargado. Recuerdo que tenía un buen
número de llamadas perdidas y mensajes de texto que no revise- agrego un abatido
miguel.
El
estadio estaba repleto de gente. Era el primer partido de la temporada.
Navegantes del Magallanes contra los Leones del Caracas “Los eternos rivales”
era como lo denominaban los comentaristas, del partido.
-¿Donde
se habrá metido?- pensó Carol, mientras buscaba entre la gente a Hinmaru.
Mientras buscaba la fila donde se suponía que se encontrarían. De improviso,
todo el público asistente se levanto enfebrecido -Joooooonrón maltin polar, los
Navegantes del Magallanes se ponen arriba cuatro carreras por cero, señores-
oyó que decían por los altavoces repartidos por todo el estadio.
-¡Eeeehhh!
¡Magallanes! ¡¡¡Uh!!!- El público coreaba
al unisonó a su equipo para darle animo, Carol observo con desaprobación cuando
varios fanáticos del equipo de Los Leones Del Caracas, discutían acaloradamente
entre ellos. Carol no entendía porque las personas se obsesionaban tanto con un
partido, que había casos en los que no les bastaba con discutir, sino que se
agredían físicamente.
Carol
se detuvo de pronto, una idea la asalto de súbito.
-¡Pero
si ni a Hinma ni a mí nos gusta el beisbol! ¿Entonces qué hacemos aquí?-
Reflexiono confundida. Había algo que no cuadraba, había algo que estaba fuera
de lugar.
Mientras
intentaba descifrar que hacían en el estadio universitario, algo en el cielo
capto su atención. Había decenas de zamuros planeando en círculos alrededor del
estadio.
-Debe
de haber algo muerto por ahí- pensó. Bajo la mirada.
Cientos
de personas posaron sus ojos muertos en ella. Cientos de personas con distintos
tipos de lesiones, en algunos casos grotescos, posaron sus ojos. Esas mismas
cientos de personas, empezaron a arder en llamas. Entre la multitud noto a una
persona con la piel totalmente chamuscada, un trozo de tubo de escape
sobresalía de su pecho y de sus vacías cuencas oculares manaba un liquido
amarillento de aspecto nauseabundo. Por alguna extraña razón, aquella persona
se le hacía familiar, pero antes de que
su mente tuviera tiempo de encender los interruptores que activaban el pánico,
alguien la agarro por los hombros y la hizo voltear.
Se
encontró frente a frente con un hombre que esbozaba una feroz sonrisa,
acentuada por la horrible herida que lucía en la mejilla derecha, o mejor dicho
en la inexistente mejilla derecha, ya que parecía haber sido arracada de un
mordisco y había dejada al descubierto parte de los dientes y encías.
Rápidamente la agarro por ambas muñecas y las apretó con fuerza.
A
pesar de que lo quedaba de sus labios no se movieron en ningún momento, la
persona que la agarraba le hablo.
-No
hay vida sin muerte, ni muerte sin vida- pronuncio lentamente con una voz
áspera y espeluznante.
Cientos,
no ¡Miles de imágenes se desplegaban antes sus ojos! Era como si se encontraran frente a miles de pantallas,
y en cada una se mostrara una parte de la ciudad, solo que tales pantallas no
existían, ya que las veía a través de sus ojos. Las imágenes se sucedían con
rapidez, vio el interior de la estación del metro de Bellas Artes, donde habían
colisionado dos trenes y los zombis se destrozaban la piel atrapados entre las
inmensas moles de metal retorcido. Mientras que otros vagaban por los oscuros
túneles.
Presto
atención a otras imágenes, esta vez desde distintos puntos fuera del fuerte
Tiuna. Se encontraba rodeado por una buena cantidad de zombis, pero hasta el
momento no había logrado entrar ya que había bastantes soldados disparando
desde las garitas de vigilancia, y tras los muros de un metro y medio de
concreto de altura que estaba coronado con una solida reja de resistente metal,
que llegaba casi a los cuatro metros de altura.
Varias
de las imágenes que se encontraban más cerca de la barrera que mantenía a salvo
el fuerte Tiuna, se apagaron de improviso. En ese momento Carol fue consciente
de que todas las imágenes que estaba viendo, llegaban directamente de los
zombis, y cada una de las que se apagaban, era porque recibían un disparo en la
cabeza.
Otra
de las imágenes que llamo su atención fue la de un grupo de personas, que
llevaban a alguien inconsciente casi a rastras por la avenida Baralt. Podía ver
a las tres personas más el que estaba inconsciente, desde distintos ángulos ya
que los zombis poco a poco los estaban rodeando.
Las
imágenes desaparecieron de igual manera como habían aparecido y fueron
reemplazadas por la cara de la persona que le había hablado. Su rostro
deformado se encontraba a escasos centímetros de la cara de Carol.
-Todos
son esclavos, esclavos de la muerte- agrego el hombre sin que sus labios se
movieran.
El
hombre al igual que sus congéneres empezó a ser pasto de las llamas. Carol
lucho desesperada por zafarse del agarre del hombre, que se estaba consumiendo
sin emitir ni un quejido. Carol lo miro aterrada, el hombre le devolvió la
mirada, sus ojos muertos se clavaron en los de ella, mientras su cara
desfigurada se mantenía impasible al tiempo que se incineraba.
Carol
grito, por el dolor que sentía en torno
a las muñecas, que más que por el fuego, dolían por la presión que el
hombre ejercía en ellas.
-¡Despierta!-
le grito Hinmaru.
Carol
se levanto sobresaltada y miro a todos lados desorientada. Le costó varios
segundos recordar donde se encontraba. Hinmaru se acerco a ella y la abrazo
para reconfortarla.
-Fue
solo un pesadilla Carol- le dijo Hinmaru -Te quedaste dormida al lado mío
mientras el señor Miguel hablaba.
Carol
correspondió al abrazo de Hinmaru y agrego -Fue horrible… Extraño, pero a la
vez se sintió tan real-
-¿Qué
fue lo que soñaste?- le pregunto Michael.
-Soñé
que estábamos en el estadio universitario, había… Estaba lleno de gente, Y
Después todos se convirtieron en zombis, todos estaban muertos, y después
apareció uno de ellos, bueno, no sé si era uno de ellos, porque estaba hablaba,
después empezaba a ver… era como, podía a ver a través de los ojos de todas
esas cosas, vi varia partes de Caracas, Fuerte Tiuna, el Fuerte estaba rodeado
de zombis, pero habían soldados, bastantes soldados matándolos y después… Ese tipo
me dijo que todos éramos esclavos de la muerte-
Carol
no pudo continuar. Se limito a esconder la cara en el pecho de Hinmaru. Había
visto demasiado cosas horribles.
-¡Muchacha!
¡Por dios! ¿Qué te paso en los brazos?- le pregunto asombrado Miguel, señalándole
los brazos.
Carol
se miro horrorizadas los brazos. Debajo de las muñecas tenía cuatro marcas
sumamente moradas, marcas de dedos.
-¡No
puede ser!- exclamo.