viernes, 27 de septiembre de 2013

Capitulo 14 Nueva Raza Inmortal

Hinmaru encabezaba la marcha, seguido de Carol y por ultimo Michael. Llevaban horas caminando por un fétido túnel que estaba conectado a la tanquilla de electricidad que habían escogido como escondite.

Recorriendo la oscuridad del pasaje subterráneo, los acompañaban algunos insectos rastreros atraídos por la inmundicia que expele diariamente la ciudad y una que otra rata. Pero en opinión de Hinmaru lo peor no era caminar con el agua hasta los tobillos, o estar rodeado de tan peculiar fauna, ni siquiera se podría quejar por la penetrante oscuridad que le impedía ver más allá de unos escasos metros, o el intenso olor a orine y heces estancadas, quien sabe por cuánto tiempo. Lo que de verdad él consideraba lo peor de todo, era la ausencia de una salida. El túnel parecía no tener fin, y por ninguna parte veía signos de luz solar filtrándose por los agujeros de alguna tapa de alcantarilla, solo un interminable camino en penumbras.

Había notado que en algunos puntos el túnel descendía y en otros se volvía mas empinado, también había percibido que en algunas partes el túnel describía una curva hacia la izquierda, poniendo una mano sobre la pared, pero rápidamente desistió de tantearlas, ya que se ensucio la mano con una especie de barro maloliente.

En todo el trayecto nadie tuvo el valor de hablar, ya que temían que al abrir la boca, una panda de caníbales asesinos emergiera de la oscuridad para echárseles encima, y destrozarlos a dentelladas.

Finalmente se encontraron con el túnel se dividía en dos caminos distintos.

-¿Ahora por donde?-pregunto Carol a nadie en particular casi en un susurro.

Michael se adelanto y examino los dos caminos.

-Vamos por aquí- indico  señalando el camino de la izquierda –Aquí se siente una corriente de aire-

Siguieron caminando por un par de minutos por el camino elegido y el trió noto que el agua estaba bajando de nivel y el camino descendía gradualmente.

Después de recorrer unas decenas de metros, notaron un punto de luz a lo lejos.

-¡Por fin una salida!- Pensó Hinmaru, mientras asía con fuerza la mano de Carol.

Continuaron avanzando hasta que la luz del mediodía y el rugir de un rio los recibía. El grupo entrecerró los ojos y usaron las manos para protegerse los ojos ante la repentina claridad.

-¿Dónde estamos?- pregunto Hinmaru.

-Este debe ser el rio Guaire-  comento Michael.
Habían salido por uno de los innumerables desagües de Caracas, pero no sabían por cual. El rio tenía un tono verde pálido, por los desperdicios y aguas negras que había acogido de la ciudad durante décadas. El rio estaba canalizado en varias secciones, para acogerlo en sus distintos niveles que dependía de la temporada. En este momento se encontraba en el nivel medio.

Alrededor de quinientos  metros a la izquierda, había un camión y varios autos que se habían salido de la autopista y habían caído al rio, formando un improvisado dique que desviaba la corriente a ambos lados.

Michael pensó nervioso si los ocupantes del accidente estuvieron muertos o más graves aun, que estuvieran no muertos y estuvieran luchando por salir.

-Miren allá, debajo de la autopista- señalo Carol hacia la derecha. Debajo de uno de los pilares, que sostenía la autopista que pasaba por encima de sus cabezas, había una especie de refugio. Quizás era uno de esas construcciones hechas por algún indigente.

-Vamos a ver si hay alguien- agrego Michael.

-¿Y si hay una de esas cosas que nos persiguió anoche?-  en la voz de Carol se notaba el temor que sentía, ante la perspectiva de encontrarse nuevamente con uno de esos seres. En su mente estaban latentes los espeluznantes recuerdos, de la noche anterior en el centro comercial.

-No nos queda otra opción Carol, tenemos que encontrar algún sitio donde escondernos, hasta que las cosas se calmen- Hinmaru estaba convencido de que la situación, se solucionaría. Solo era cuestión de tiempo para que las autoridades tomaran cartas en el asunto ¿Verdad?

Todos se pusieron en camino. Miraban a todos lados, atentos a cualquier señal de movimiento, aunque no había señales de vida por ninguna parte. No se escuchaba ningún sonido aparte del rio, nada de autos o motos circulando o personas hablando, ni siquiera el trinar de un pájaro. Parecía como si la ciudad entera estuviera conteniendo el aliento.

Finalmente llegaron a su destino. Varias bolsas negras de basura y algunos trozos de cartón ocultaban el interior. Michael e Hinmaru se adelantaron y descorrieron las bolsas para mirar en el interior, ambos asieron con fuerza la llave de tuercas y la llave de cruz, como si de una moderna maza y lanza se trataran.

El interior estaba desierto. Del lado derecho se encontraba un enorme trozo de goma espuma, que quizá hacia las veces de cama, a mano izquierda sobre cuatro bloques de cemento había una tabla, sobre la cual había una cocina eléctrica de una sola hornilla, sobre esta había una olla, llena de agua hirviendo, en el techo había un bombillo fluorescente de forma espiral, de los llamados ahorradores. El cable que alimentaba a él bombillo, estaba amarrado a un trozo de alambre que estaba sujeto a una gruesa cabilla, que sobresalía de la estructura de la autopista. Para finalizar al fondo había otra cortina hecha de bolsas de basura.

Hinmaru y Michael tensaron los músculos, cuando vieron salir del fondo a una persona.
-¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí- pregunto un indigente en tono malhumorado.

Ambos respiraron aliviados al ver que se trataba de otro ser humano.

-Disculpe por entrar así en su err… casa, pero espero que nos pueda ayudar- se adelanto Hinmaru a contestar.

-Hinma ¿Está todo bien ahí?- pregunto Carol cautelosa.

-Sí, todo está bien, pasa- respondió Hinmaru.

-¿Y en que se supone que les pueda ayudar un mendigo como yo? Pregunto el indigente que se mostraba receloso.

-Bueno, vera, es una historia bastante larga y difícil de creer- dijo Michael.

Entre los tres pasaron casi media hora, contándole al indigente sus respectivas historias. Cuando alguno de ellos hacia una pausa al rememorar las partes más crudas de sus recuerdos, enseguida el otro retomaba la historia.

-Esperamos que nos pueda hacer el favor de dejarnos quedar aquí, hasta que todo este rollo se solucione- puntualizo Hinmaru.

- Bien jóvenes, podría preguntarles que clase drogas están usando, ya que su historia es bastante fantasiosa y difícil de creer- contesto el indigente -Pero por la expresión de sus caras, parecen sinceros, además durante gran parte de la noche, yo también escuche el gran alboroto del que hablan, disparos, gritos, choques de transito y paren de contar. Así que si, pueden quedarse tanto como gusten, aunque no tengo mucho que ofrecerles.

-Muchas gracias señor- dijo Carol visiblemente aliviada de encontrarse en un lugar relativamente seguro -No sabe lo feas que están las cosas- agrego.

-A todas estas ¿Como se llama usted?- pregunto Michael al indigente mientras este sacaba, de unos de los huecos de los bloques de cemento, un sobre con algo de café, una bolsa transparente con un poquito de azúcar, y un colador de café bastante negro, por el uso continuo.

-Miguel, Miguel Ángel López, así me llamaban hace mucho tiempo- respondió el indigente mientras preparaba el café.

-¿Y cómo es que llego a vivir aquí? Claro si no le molesta que le pregunte- pregunto Hinmaru.

-No, por supuesto que no me molesta, pero es una historia bastante larga y no quiero aburrirlos con ella- respondió Miguel mientras les ofrecía a cada uno un vaso de plástico anaranjado repleto de café humeante “Ron Gran Reserva” decían los vasos.

Todos recibieron los vasos, algo reacios a darles un trago.

-No se preocupen, es agua potable, no la saque del rio- indico Miguel, al tiempo que les ofrecía unos cuñetes de pintura para que se sentaran.

El café a pesar de faltarle un poco más de azúcar, tenía buen sabor y les ayudo a relajarse un poco.

-Nos gustaría que nos hablara más sobre usted señor miguel, así que adelante cuéntenos su historia- agrego Carol, el café había calmado un poco sus nervios.

-Bien, sin insisten. No  toda la vida he sido un pordiosero- comenzó Miguel -Hace mucho tiempo, cuando vivía en Maracay, tenía un buen trabajo, una esposa y un hijo. Yo trabaja para una agencia de publicidad y mi esposa era contadora. Vivíamos acomodados a pesar de nuestros humildes comienzos. Recuerdo que cuando ella salió embarazada le asegure que a nuestro hijo no le faltaría nada, no quería que mi hijo pasara por todo lo que yo pase para llegar hasta donde estaba. Así que incremente mi ritmo de trabajo, pasaba largos periodos fuera de mi casa viajando, buscando nuevos clientes, cerrando contratos y mil cosas más-

Miguel dio un largo trago a su vaso y prosiguió -Me sentí el hombre más feliz del mundo, cuando recibí la noticia de que mi esposa había dado a luz un precioso niño. Lamentablemente no pude estar en el parto, ya que me encontraba en un aeropuerto en el estado Zulia. Si en ese momento hubiera parado, si en ese momento me hubiera detenido, quizás hoy estuvieran conmigo.

Miguel se quedo callado por un momento, quizás no fuera el único al que le afectara sus recuerdos.

-No es necesario que siga señor miguel- agrego Michael -Puede dejarlo hasta...-

-Estoy bien- le interrumpió miguel –Lo cierto es que continúe esforzándome para el darle el mejor futuro posible a mi esposa y mi hijo. Los días de ausencia se convirtieron en semanas, las semanas se convirtieron en meses. Así continúe durante unos cuantos años “este será el último” me decía mi mismo “después de este contrato agarrare vacaciones” pero siempre había un nuevo contrato que firmar o un cliente al que atender-

De un solo trago, miguel apuro todo el contenido de su vaso, luego prosiguió -Finalmente llego el día en que mi esposa decidió que había aguantado suficiente. Me pidió el divorcio. Había descuidado por demasiado tiempo a mi familia y me había obsesionado con el trabajo. Intente convencerla de que reconsiderara su decisión, pero ella alego que me lo había pedido demasiadas veces. Me había suplicado por mucho tiempo que hiciera una pausa, que me tomara un tiempo para compartir con ella y mi hijo, pero yo siempre salía con el mismo argumento “quiero darle a mi hijo y a ti el futuro que se merecen”-

-Me enfoque en lo material olvidando en el camino, ser un esposo y un padre- reconoció Miguel -El divorcio se consumo y mi esposa se fue del apartamento con mi hijo. Recuerdo el día que volví de viaje. Me quede inmóvil delante la puerta del apartamento, durante varios minutos. No tuve el valor para entrar. Eran demasiados recuerdos, demasiadas vivencias, demasiadas cosas que habían sucedido en ese apartamento. Sabía que al entrar, cada mueble, cada cuadro, cada adorno, indudablemente me recordarían a ella y a mi hijo. Me sentía como un extraño invadiendo un hogar ajeno-

-Decidí que no tenía el valor para entrar, y ahí cometí el primer error, no afrontar mis problemas. Salí del edificio y me dirigí a la tasca más cercana y ahí cometí mi segundo error, olvidarme de mis problemas, ahogándolos en el alcohol, por ultimo cometí mi tercer y último error, echarme al abandono. No volví a mi casa, decidí caminar sin rumbo fijo. Una noche mientras dormía en las escaleras de una tienda de zapatos me robaron lo poco que tenía en mi cartera y mi celular que para ese entonces estaba descargado. Recuerdo que tenía un buen número de llamadas perdidas y mensajes de texto que no revise- agrego un abatido miguel.

El estadio estaba repleto de gente. Era el primer partido de la temporada. Navegantes del Magallanes contra los Leones del Caracas “Los eternos rivales” era como lo denominaban los comentaristas, del partido.

-¿Donde se habrá metido?- pensó Carol, mientras buscaba entre la gente a Hinmaru. Mientras buscaba la fila donde se suponía que se encontrarían. De improviso, todo el público asistente se levanto enfebrecido -Joooooonrón maltin polar, los Navegantes del Magallanes se ponen arriba cuatro carreras por cero, señores- oyó que decían por los altavoces repartidos por todo el estadio.

-¡Eeeehhh! ¡Magallanes! ¡¡¡Uh!!!-  El público coreaba al unisonó a su equipo para darle animo, Carol observo con desaprobación cuando varios fanáticos del equipo de Los Leones Del Caracas, discutían acaloradamente entre ellos. Carol no entendía porque las personas se obsesionaban tanto con un partido, que había casos en los que no les bastaba con discutir, sino que se agredían físicamente.

Carol se detuvo de pronto, una idea la asalto de súbito.

-¡Pero si ni a Hinma ni a mí nos gusta el beisbol! ¿Entonces qué hacemos aquí?- Reflexiono confundida. Había algo que no cuadraba, había algo que estaba fuera de lugar.

Mientras intentaba descifrar que hacían en el estadio universitario, algo en el cielo capto su atención. Había decenas de zamuros planeando en círculos alrededor del estadio.

-Debe de haber algo muerto por ahí- pensó. Bajo la mirada.

Cientos de personas posaron sus ojos muertos en ella. Cientos de personas con distintos tipos de lesiones, en algunos casos grotescos, posaron sus ojos. Esas mismas cientos de personas, empezaron a arder en llamas. Entre la multitud noto a una persona con la piel totalmente chamuscada, un trozo de tubo de escape sobresalía de su pecho y de sus vacías cuencas oculares manaba un liquido amarillento de aspecto nauseabundo. Por alguna extraña razón, aquella persona se le hacía familiar, pero  antes de que su mente tuviera tiempo de encender los interruptores que activaban el pánico, alguien la agarro por los hombros y la hizo voltear.

Se encontró frente a frente con un hombre que esbozaba una feroz sonrisa, acentuada por la horrible herida que lucía en la mejilla derecha, o mejor dicho en la inexistente mejilla derecha, ya que parecía haber sido arracada de un mordisco y había dejada al descubierto parte de los dientes y encías. Rápidamente la agarro por ambas muñecas y las apretó con fuerza.

A pesar de que lo quedaba de sus labios no se movieron en ningún momento, la persona que la agarraba le hablo.

-No hay vida sin muerte, ni muerte sin vida- pronuncio lentamente con una voz áspera y espeluznante.

Cientos, no ¡Miles de imágenes se desplegaban antes sus ojos! Era como  si se encontraran frente a miles de pantallas, y en cada una se mostrara una parte de la ciudad, solo que tales pantallas no existían, ya que las veía a través de sus ojos. Las imágenes se sucedían con rapidez, vio el interior de la estación del metro de Bellas Artes, donde habían colisionado dos trenes y los zombis se destrozaban la piel atrapados entre las inmensas moles de metal retorcido. Mientras que otros vagaban por los oscuros túneles.

Presto atención a otras imágenes, esta vez desde distintos puntos fuera del fuerte Tiuna. Se encontraba rodeado por una buena cantidad de zombis, pero hasta el momento no había logrado entrar ya que había bastantes soldados disparando desde las garitas de vigilancia, y tras los muros de un metro y medio de concreto de altura que estaba coronado con una solida reja de resistente metal, que llegaba casi a los cuatro metros de altura.

Varias de las imágenes que se encontraban más cerca de la barrera que mantenía a salvo el fuerte Tiuna, se apagaron de improviso. En ese momento Carol fue consciente de que todas las imágenes que estaba viendo, llegaban directamente de los zombis, y cada una de las que se apagaban, era porque recibían un disparo en la cabeza.

Otra de las imágenes que llamo su atención fue la de un grupo de personas, que llevaban a alguien inconsciente casi a rastras por la avenida Baralt. Podía ver a las tres personas más el que estaba inconsciente, desde distintos ángulos ya que los zombis poco a poco los estaban rodeando.

Las imágenes desaparecieron de igual manera como habían aparecido y fueron reemplazadas por la cara de la persona que le había hablado. Su rostro deformado se encontraba a escasos centímetros de la cara de Carol.

-Todos son esclavos, esclavos de la muerte- agrego el hombre sin que sus labios se movieran.

El hombre al igual que sus congéneres empezó a ser pasto de las llamas. Carol lucho desesperada por zafarse del agarre del hombre, que se estaba consumiendo sin emitir ni un quejido. Carol lo miro aterrada, el hombre le devolvió la mirada, sus ojos muertos se clavaron en los de ella, mientras su cara desfigurada se mantenía impasible al tiempo que se incineraba.

Carol grito, por el dolor que sentía en torno  a las muñecas, que más que por el fuego, dolían por la presión que el hombre ejercía en ellas.

-¡Despierta!- le grito Hinmaru.

Carol se levanto sobresaltada y miro a todos lados desorientada. Le costó varios segundos recordar donde se encontraba. Hinmaru se acerco a ella y la abrazo para reconfortarla.

-Fue solo un pesadilla Carol- le dijo Hinmaru -Te quedaste dormida al lado mío mientras el señor Miguel hablaba.

Carol correspondió al abrazo de Hinmaru y agrego -Fue horrible… Extraño, pero a la vez se sintió tan real-

-¿Qué fue lo que soñaste?- le pregunto Michael.

-Soñé que estábamos en el estadio universitario, había… Estaba lleno de gente, Y Después todos se convirtieron en zombis, todos estaban muertos, y después apareció uno de ellos, bueno, no sé si era uno de ellos, porque estaba hablaba, después empezaba a ver… era como, podía a ver a través de los ojos de todas esas cosas, vi varia partes de Caracas, Fuerte Tiuna, el Fuerte estaba rodeado de zombis, pero habían soldados, bastantes soldados matándolos y después… Ese tipo me dijo que todos éramos esclavos de la muerte-

Carol no pudo continuar. Se limito a esconder la cara en el pecho de Hinmaru. Había visto demasiado cosas horribles.

-¡Muchacha! ¡Por dios! ¿Qué te paso en los brazos?- le pregunto asombrado Miguel, señalándole los brazos.

Carol se miro horrorizadas los brazos. Debajo de las muñecas tenía cuatro marcas sumamente moradas, marcas de dedos.

-¡No puede ser!- exclamo.