Sin saber muy bien, Hinmaru y Carol fueron a parar uno
de los estacionamientos del centro comercial del Recreo. Minutos antes estaban
en el nivel feria, esperando en una de las mesas a que le trajeran la orden de
California Rolls y Pollo Teriyaki que habían pedido, cuando se desato la
tragedia en el centro comercial.
Gente corriendo por todas partes, sillas y mesas
volando por los aires y luego la explosión, eso fue lo peor de todo.
Ignorando el insistente pitido que resonaba en sus
oídos, ambos se pusieron de pie y corrieron tan rápido como se los permitían
las piernas escaleras abajo, hacia la salida principal. Tenían la idea de que
afuera encontrarían más seguridad.
Al terminar de bajar las escaleras frenaron en seco.
La visión que les esperaba en la entrada les helo la sangre. El centro
comercial estaba siendo inundado por un nutrido grupo de personas que caminan
con paso vacilante. Todos sin excepción, mostraban quemaduras que les habían
dejado atrozmente desfigurados, en algunos casos era imposible determinar si
eran hombres o mujeres.
Pero la visión que les grito que algo andaba
jodidamente mal en lo más profundo de su subconsciente, fue la de unas cuantas
personas que caminaban mientras su piel era consumida por el fuego. Antorchas
humanas que deberían estar en el suelo retorciéndose y aullando de dolor por
ser pasto de las llamas.
En ese instante Carol recordó que alguna vez había
leído un libro que hablaba sobre lagos de azufre, condenación y castigo eterno,
mientras sus ojos observaban con fascinación morbosa como un hombre, con la
epidermis totalmente carbonizada y un trozo de tubo de escape de moto
incrustado en el pecho, despedía de sus cuencas oculares vacías una especie de
liquido de color amarillento.
-Vámonos Carol, tenemos que salir de aquí- le dijo
Hinmaru nervioso y con un tono de voz que denotaba pánico en estado puro.
Nada más al dar de vuelta Hinmaru se topo de frente
con un hombre de la tercera edad con la ropa humedecida en su totalidad de
sangre.
Carol expulso un grito agudo, mientras el hombre
agarraba uno de los brazos de Hinmaru. El anciano halo con fuerza el brazo en
dirección a su boca, de la cual se derramaba un abundante chorro de burbujeante
espuma rojiza.
Hinmaru le dio un sonoro golpe en el rostro al hombre,
con la palma de la mano abierta, que lo envió rodando escaleras abajo. En ese
momento a sus espaldas escucharon una combinación de gemidos escalofriantes.
Las personas que estaban en la entrada, se acercaban a
ellos con los brazos extendidos y emitiendo gemidos lastimeros, haciendo una
escalofriante imitación de la película “La Noche De Los Muertos Vivientes”.
Espoleados por el miedo ambos bajaron las escaleras a
la carrera, pasando por el lado del hombre que ataco a Hinmaru, que en ese
momento se intentaba poner de pie. Hinmaru noto la fea herida que el hombre se
había hecho en la frente.
Continuaron descendiendo por las escaleras hasta que
llegaron al estacionamiento, donde las cosas no estaban mucho mejor.
-¿Hinma, que está pasando?- pregunto Carol mientras
apretaba con fuerza la mano de Hinmaru.
-No tengo la más mínima idea de lo que está pasando
pero tenemos que buscar donde escondernos hasta que todo se calme- contesto Hinmaru mientras se restregaba la
mano izquierda sobre el pantalón para quitarse los restos de sangre que tenia
pegado cuando golpeo al viejo.
--¡No por favor! A mi
niño no, por favor- Ambos escucharon los
aterrados gritos de una mujer muy cerca. Carol halo del brazo a Hinmaru y le
señalo a la izquierda.
Carol se llevo ambas manos a la boca, mientras Hinmaru
observaba la sangrienta escena ¡Estaban devorando a una madre y su hijo vivos!
Era como en esos programas de Discovery Channel, pero en vez de personas, eran
los leones y las hienas los protagonistas del documental.
Masticaban con fruición los bracitos del niño, a su lado otra
figura saco la cara untada de sangre del abdomen de la mujer; tenia la boca
llena de… Hinmaru y Carol apartaron la vista.
Ambos se alejaron en dirección contraria, teniendo cuidado de
no despertar la atención de las personas, que estaban celebrando un singular y
canibalesco festín.
A pesar de la oscuridad que reinaba en el estacionamiento,
Carol distinguió no muy lejos, una camioneta blanca con la puerta del conductor
abierta; solo los separaban diez escasos metros de distancia.
Carol le hizo silenciosas señas a Hinmaru, en dirección a su
boleto de salida. Ambos se acercaron con sigilo a la camioneta; había alguien
tirado en el piso del lado de la puerta del conductor, tenía la cara cubierta
de sangre. Era un hombre de Veinte y pocos años, la camisa gris que llevaba, lo
identificaba como un empleado de GNC, Aunque lo inquietante era que tenia parte
del cuello de la camisa, cubierta de sangre que provenía de una herida en la
cabeza.
Hinmaru pasó por encima del el cuerpo de hombre, con el mayor
cuidado posible. El hombre despertó. Murmuro un nombre y luego cayó de nuevo en
la inconsciencia.
-Está vivo, Hinma- dijo Carol –pero dijo algo ¿Qué fue?-
-Dijo el nombre de una persona pero no entendí bien-
respondió Hinmaru –Ayúdame a montarlo e la parte de atrás, quizás sea el dueño
de la camioneta-
Carol como pudo se monto con el inconsciente hombre en los
asientos traseros, mientras Hinmaru ocupaba el puesto del conductor.
-Busca en la guantera Hinma, ve a ver si consigues
servilletas o algo que sirva para limpiarle herida – ordeno Carol señalando la
herida del empleado de GNC que todavía despedía algunas gotas de sangre.
Hinmaru reviso la guantera revolviendo su contenido que se componía
de monedas de cinco y diez céntimos, una barra de plastilina llena de pelusas,
una caja de aspirinas, una bujía usada, una buena cantidad de facturas de peaje
y un paquete de toallas húmedas.
-¿Te sirve esto?- pregunto Hinmaru sacando el paquete de
toallas.
Carol las tomo y respondió con un tono de voz que reflejaba
inseguridad y miedo en partes iguales-Tendra que servir-
Un golpe en la ventanilla del copiloto, los sobresalto a
ambos.
Era uno de ellos, uno de los que ataco al bebe. Rugió de
manera salvaje y acto seguido, impacto la cara contra el vidrio ahumado de la
ventana, volándose en la maniobra algunos dientes.
-¡Arranca ya Hinma!- soltó Carol con el corazón
latiéndole de manera desbocada.
-¡Coño las llaves no están!- Exclamo Hinmaru –Revisa al tipo
a ver si la tiene.
Un golpe en la ventana del conductor hizo girar la vista a
Hinmaru. Deseo en lo más profundo de su ser, no haber volteado.
La cosa que tenia pegado al otro lado de la puerta (porque no
supo cómo definirla) tenía la piel totalmente quemada, podía ver con todo lujo
de detalle, los músculos de la criatura teñidos de rojo y del abdomen podía
distinguir, las puntas afiladas de lo que presumía, serian algunas costillas
quebradas. Un nuevo golpe que dejo una buena mancha de sangre adherida al
cristal, lo saco del trance hipnótico en el que se encontraba.
-¡No las tiene! ¿no están en el piso? ¡Búscalas bien!-
replico Carol mientras revisaba en la parte de atrás, donde estaba una caja de
herramientas y algunas bolsas de comida “Supermercados Unicasa” decía en todas.
Hinmaru hecho un manojo de nervios, busco en todas
direcciones intentando no enfocar la mirada, en las dos cosas que golpeaban las
ventanas. En un acto reflejo se tanteo los bolsillos, a pesar de que sabía
perfectamente que nunca, por más que quisiera, las encontraría ahí.
Su pie derecho rozo algo al lado del pedal acelerador. Sintió
que el alma le volvía al cuerpo cuando vio un llavero, y entre todas las llaves
se encontraba la que encendía la camioneta. La sonrisa que empezaba a asomarse
en su rostro, se borro de golpe cuando un brazo atravesó de golpe el vidrio de
la ventana del copiloto.
El ser que estaba golpeando el vidrio fue era un monstruo que
superaba los dos metros de altura y parecía una montaña de músculos, de esos
que solo aparecen en revistas de fisiculturistas. El hombre saco el brazo de
golpe, que estaba cubierto de pequeños fragmentos de cristal; también tenía
varios cortes de los que manaba pequeños hilillos de sangre.
El hombre arremetió con un nuevo golpe, mientras Hinmaru
introducía la llave en el contacto.
Giro la llave. La camioneta no encendió. El hombre afuera
profirió un rugido gutural y arremetió de nuevo, mientras la desfigurada cosa
que tenía pegada de la ventana izquierda, pretendía inútilmente morder el
vidrio.
-¡Prende!- exclamo Hinmaru al girar por tercera vez la llave.
Sintió una gota de sudor que le resbala de la frente, cruzando el puente de la
nariz y quedando suspendida en toda la punta de las fosas nasales.
Y entonces sucedieron varias cosas al mismo tiempo. El vidrio
del lado izquierdo se astillo, formando rayas semicirculares alrededor del puño
estampado del ser desfigurado por el fuego, La camioneta al cuarto giro de la
llave, encendió; el gigante que estaba del lado del copiloto metió medio cuerpo
a través de la ventana y por ultimo Carol profirió un grito.
Hinmaru estampo la bota del pie derecho en el rostro del
gigante que luchaba como poseso por alcanzarlo. Sintió como crujían algunos
huesos, quizás de la nariz, bajo su bota.
Sin inmutarse por el golpe, el gigante agarro a Hinmaru de la
hebilla de su correa, y lo halo con
fuerza pero el pie derecho que Hinmaru todavía tenía aplastado contra la cara
del gigante actuaba como un obstáculo entre ambos.
Hinmaru estaba prácticamente acostado en su asiento
forcejeando con su musculoso atacante, cuando miro que un brazo atravesó la
ventana del asiento del conductor.
Los músculos de las piernas se le estaban empezando a cansar
y las manos, que en ningún momento habían soltado el volante, estaban al límite
de sus fuerzas mientras que la otra
ventana no tardaría en terminar hecha añicos.
Y justo cuando daba todo por perdido, escucho un sonido
metálico y enseguida el gigante dejo de moverse. El hombre que hace unos
instantes estaba inconsciente, sujetaba una llave de tuercas de buen tamaño.
En sus ojos brillaba un destello de furia y la vez de
confusión. Miro fijamente a Hinmaru por lo que a él le pareció una eternidad.
-Arranca- dijo el hombre con apenas un hilo de voz, acto
seguido soltó la llave de tuercas y se derrumbo sobre el asiento.
Hinmaru se incorporo como si fuera sido impactado por un rayo
y rapidamente cambio de marcha y piso el acelerador a fondo dejando atrás a sus
atacantes.
Hinmaru vio a Carol por el retrovisor, estaba paralizada por
el miedo. Y en realidad el no estaba muy lejos de sufrir un ataque de nervios.
Habían pasado demasiadas cosas en tan poco tiempo. Su plan era pasar una noche
agradable, diferente, ya que el trabajo de diseñador grafico en el ministerio
de educación era demasiado absorbente, incluso demasiado absorbente como para
permitirse salir un día a la semana. Y ahí estaban, compartiendo un rato
diferente como jamás se había imaginado.
Hinmaru dio un rápido giro al volante para evitar arrollar a
una de esa cosas que se habían atravesado en toda la mitad de la vía. Si había
contado bien faltaban dos niveles para salir a la avenida.
El hombre de la camisa gris de GNC murmuro algo en voz baja,
que saco a Carol del shock en el que se encontraba. Era imposible todo lo que
había pasado, estas cosas solo pasan en las películas, en África o en algunos
de esos países árabes; pero no aqui; no en Venezuela.
El hombre volvió a murmurar algo en voz baja. Carol recogió
el paquete de toallas húmedas y comenzó a limpiar la sangre que se comenzaba a
secar en el rostro del hombre.
-¿Decías algo?- pregunto Carol en voz baja sin quitar la
vista del cadáver que yacía en el puesto del copiloto con las piernas
meciéndose de cualquier manera fuera de la ventana.
-¿Dónde está Yolanda?- pregunto el hombre con los ojos
cerrados a Carol.
-No había más nadie en la camioneta cuando te encontramos- le
respondió Carol.
El hombre no agrego mas nada. Carol se pregunto quién sería
esa Yolanda por la que el preguntaba y si se encontraba bien. -¿Yolanda no
sería la mujer que vimos, antes de entrar aquí? ¿La que fue devorada… viva?-
pensó Carol.
-Si fuera ella, el hubiera preguntado también por el bebe
¿verdad?- concluyo Carol-
-¿Cómo te llamas?- pregunto Hinmaru con la vista fija al
frente.
-Michael, me llamo Michael- respondió el hombre en voz baja
mientras en su cara, se dibujaba una mueca de dolor y se llevaba una mano a la
cabeza.
-Pues muchas gracias por lo de antes Michael, sino me
hubieras salvado, no la estuviera contando- agrego Hinmaru.
-Pues también les doy las gracias a ustedes por sacarnos de
ahí- respondió Michael ya con los ojos abiertos, y con la cara con mejor
aspecto.
-¿Sacarnos?- pregunto extrañada Carol -pero si solo estabas tú-
Michael se sobresalto -¿Dónde está Yolanda?-
-Como te dije antes- contesto Carol –Solo te encontramos a
ti, estabas fuera de tu camioneta tirado en el suelo con una herida en la
cabeza-
-Primero, esta no es mi camioneta, pensé que era de ustedes y
segundo yo estaba con Yolanda cuando me monte…- Michael hizo una pausa, en ese
momento recordó el golpe y como perdió el conocimiento –Luego me golpearon y me
desmaye- agrego en voz baja.
-Aunque antes de perder el conocimiento, vi fugazmente por el
espejo retrovisor la cara de alguien- Michael hizo una nueva pausa, tratando de
recordar pero fue inútil -No distinguí
quien era. Estaba demasiado oscuro-
Michael sintió una punzada en el estomago, era el miedo lo
que la producía, miedo de no saber qué había pasado con Yolanda. Además pensó
en la situación en la que estaba, montado en la camioneta de un desconocido,
con dos personas que lo acaban de salvar de las cosas ¿zombis? Que estaban por
doquier.
Esto no era para nada parecido a lo que había imaginado,
después de ver el amanecer de los muertos en el cine. Se imaginaba envuelto en
la misma situación; armado con una escopeta, volándole los sesos a todos los
zombis que se le pararan en frente, sin inmutarse, sin perder los nervios. Al
final de la película el encontraría una isla desierta, a salvo de los zombis y
acompañado con un par de rubias con cuerpo de súper modelo y viviría feliz para
siempre.
Lo que estaba sucediendo no se parecía a nada a las
películas. Por lo menos no en la que el era el protagonista.
-Ya casi estamos afuera- soltó Hinmaru aliviado. En la calle
debería estar la policía, los bomberos, la guardia nacional, las ambulancias
con sus luces y sus sirenas. Afuera todo estaría mejor, tenía que estarlo.
Todo lo que había visto, todo lo que había sufrido, se
quedaba atrás, dentro del centro comercial. Las autoridades se harían cargo de
todo, igual que cuando había un accidente aéreo, cuando había un choque
múltiple en una autopista o cuando había un incendio.
La camioneta salió del estacionamiento y freno enseguida. Varios
autos ardían sin control. El incendio despedía un humo negro y denso, producto
de los cauchos en plena combustión. No había bomberos ni médicos atendiendo a
las decenas de personas tiradas por toda la calle, o a las que se alejaban con
heridas y quemaduras de índole diversas calle abajo.
Brillaban por su ausencia la guardia nacional y la policía,
que deberían estar deteniendo a un grupo de personas que salían corriendo del
“Farmatodo” de la esquina con bolsas repletas de cosas. Tampoco estaban para
detener a las dos mujeres que se lanzaban al cuello de un niño, para
posteriormente derribarlo y atacarlo a mordiscos.
De improviso la puerta del copiloto se abrió, dejando caer el
cuerpo el gigante en el suelo. Era una mujer aterrorizada; de unos treinta y
pocos años, tenía la blusa de color verde, impregnada de sangre a la altura del
abdomen al igual que las manos.
Emitió un grito estridente al ver caer el cuerpo caer –Por
favor déjenme subir, no me dejen aquí se los suplico- agrego entre sollozos.
Hinmaru se iba a pasar para el asiento del copiloto, para
ayudar a subir a la mujer e intentar calmarla, pero a medio camino la mujer
grito señalando a la izquierda de Hinmaru.
Un camión 350, de los que se usan comúnmente en mudanzas
estaba a punto de embestir la camioneta. Venía a gran velocidad y al parecer
fuera de control.
-¡CUID…!- fue lo único que alcanzo a entender Hinmaru, antes
de sentir el impacto y oír el ruido del metal chocando contra el metal.
Enseguida el mundo empezó a dar vueltas de manera vertiginosa.
La camioneta se estrello contra el edificio de enfrente,
quedo reposando sobre las puertas del lado derecho de medio lado apoyando los
cauchos sobre la fachada del edificio. El camión siguió su descontrolada
carrera calle abajo, volteado de un lado y dejando un nutrido grupo de chispas
a su paso.
Hinmaru sintió que algo húmedo caía sobre su mejilla
izquierda antes de sumergirse en el mar de la inconsciencia.
Después de que el mundo dejo de dar alocadas vueltas,
envuelto en un concierto de hierros retorciéndose y vidrios estallando en mil
pedazos, Carol quedo inmóvil con los ojos abiertos de par en par. Creía que si
hacia cualquier tipo de movimiento, aunque fuera el simple acto de pestañear,
oleadas indecibles de dolor y agonía invadirían su cuerpo, el dolor no se
limitaría al corte que tenía en el cuero cabelludo, alojado en la sien derecha
y del cual emanaba sangre que lentamente hacia un minúsculo pozo en la cuenca
del oído.
-Carol, Carol ¿estás bien?- Michael sacudió con suavidad a
Carol al ver que no contestaba. Milagrosamente había salido ileso de la
colisión; solo uno rasguños menores y una que otra zona amoratada delataban su
presencia en el accidente, pero sin ningún hueso roto o alguna herida de
gravedad.
-Carol, responde ¿puedes levantarte? Tenemos que salir de
aquí- agrego Michael, preocupado ante la ausencia de respuesta de Carol.
En ese momento el cerebro de Carol empezó a trabajar, primero
con suma lentitud solo había pensamientos sueltos -Accidente, movimiento, heridas, sangre- Y
luego cobraron más fuerza y rapidez -Estoy viva, solo me duele la cabeza ¡dios
mío!- la realidad la golpeo con
fuerza -¡¡¡HINMAAA!!!-
A pesar de la incómoda posición en la que se encontraba,
Carol se levanto como pudo y vio hacia adelante. La cabina estaba totalmente
destrozada. El volante y el asiento del conductor se confundían con el amasijo
de hierros que formaban la puerta, el tablero, el parabrisas y algunas partes
del motor.
Pero no había ningún resto reconocible de Hinmaru. Carol se
temía lo peor; pensaba que Hinmaru hubiese sido despedido de la camioneta en
algún momento mientras daban vueltas, imagino el cuerpo roto de Hinmaru tirado
de cualquier manera en la calle con las piernas rotas. Fue cuando escucho un
débil gemido, que todos esos pensamientos fatalistas desaparecieron con la
misma rapidez con los que se formaron.
El gemido provenía de lado derecho de la camioneta, del lado
que descansaba sobre la acera, del asiento del copiloto, allí estaba Hinmaru,
sobre un gran charco de sangre y empapado de los restos irreconocibles de la
mujer que segundos antes intento subir a la camioneta. Carol se acerco lo mas
que pudo y con mucho cuidado al lado de Hinmaru. Le tomo el pulso, aun tenia
pulso –Que suerte- pensó.
Carol tanteo el cuerpo de Hinmaru, tratando de percibir con
el tacto, algún hueso roto, o fracturado. No sintió nada fuera de lo normal.
-Tenemos que sacarlo fuera de aquí- dijo Michael que se
encontraba de pie detrás de ellos –No podemos quedarnos aquí a esperar que
vuelvan alguna de esas cosas, tenemos que buscar ayuda- añadió Michael.
Hinmaru recupero la conciencia, mientras Carol intentaban
acomodarlo para sacarlo de la camioneta, sentí un bulto en su espalda que lo
maltrataba de sobre manera.
-Hinma ¿Estás bien? ¿No te duele nada? ¿No tienes nada roto?-
pregunto Carol desesperada.
Por toda respuesta Hinmaru levanto la mano izquierda para
pedir un Momento, mientras que con la derecha cogió el bulto sobre el cual
estaba acostado y que le molestaba tanto.
Estaba húmedo y tibio. La sorpresa de Michael y Carol fue
grande, al ver que Hinmaru sostenía la cabeza de la mujer que fue amputada por
el accidente a la altura de la mandíbula superior, que aún conservaba algunos
dientes como un funesto recuerdo de que en un pasado, era una boca completa con
el paquete del cuerpo completo. La cabeza tenía varios golpes horribles que la
desfiguraban completamente; solo conservaba con buen aspecto algunos mechones
sueltos de pelos y el ojo derecho.
Quizas fuera porque aun quedaba algun nervio vivo, lo cierto
es que ell ojo derecho parpadeo. Hinmaru soltó la calavera como si estuviera envuelta
en llamas y se apresuro a salir de los restos de la camioneta, ayudado por
Michael y Carol.
Una vez afuera Hinmaru se sentó al borde de la acera,
mientras le pedía a Carol que le revisara la espalda ya que le dolía una
barbaridad. Hinmaru tenía una amplia zona amoratada, que le abarcaba desde
abajo del omoplato izquierdo hasta casi la cintura.
La muerte de la mujer había contribuido a que Hinmaru saliera
relativamente ileso, ya que de no haberse movido para ayudarla a entrar ,
hubiera sido aplastado cuando el camión 350 colisiono contra la camioneta.
-Deberíamos a empezar a movernos- dijo Michael en voz baja,
mientras señalaba a cuatro figuras que salían del estacionamiento con paso
vacilante pero constante.
Carol ayudo como pudo a levantarse a Hinmaru. Por el dolor
que sentía, en la cara de Hinmaru se dibujo una mueca de dolor y soltó un débil
quejido –No creo que pueda correr así como estoy- dijo a nadie en particular.
-Esperen un momento, no se muevan- indico Michael que se metió rapidamente en la
camioneta y empezó a revolverla de pies a cabeza. No pasaron treinta segundos
cuando salió de nuevo, con algunas bolsas de comida y una llave de cruz.
En todo este tiempo las cuatros figuras ya se encontraban en
la acera de enfrente, dispuesto a cruzar la calle en pos de ellos.
-Háganse a un lado- dijo Michael señalado la tanquilla a sus
pies. Michael le entrego las bolsas de comida a Carol y la enorme llave de
tuercas, con la que había destrozado la cabeza del monstruo algunos minutos
atrás dentro del estacionamiento, a Hinmaru. Acto seguido Michael empezó a
forzar la reja de la tanquilla con la llave de cruz.
De distintas partes empezaron a salir personas, atraídas por
la presencia de Michael, Hinmaru y Carol. Estaban empezando a acortar la
distancia entre ellos, dejándolos sin salida. Carol los podía contar por
decenas mientras urgía a Michael para que abriera rápido la tanquilla, mientras
que Hinmaru aferraba con fuerza la llave de tuercas.
Sin ningún tipo de duda, en la mente de todos estaba claro
que no eran personas los que se acercaban a ellos, eran zombis, pero no como
los de las películas o de los libros, estos eran más grotescos y más
escalofriantes. Su sola presencia despertaba el pánico y el miedo en estado
puro, y estos zombis se acercaban cada vez más a ellos, avanzando sin tregua ni
descanso, ansiando su carne, ansiando sentir la sangres de sus cuerpos vivos,
resbalar por sus bocas muertas.
¡Listo!- exclamo Michael
al tiempo que se metía en la tanquilla dejando afuera los brazos -Tu primero Carol- ordeno con apremio
Michael. Ayudo entrar a Carol y le señalo los barrotes que hacían las veces de
escaleras de mano para que se asiera a ellos.
-Ahora tu Hinmaru ¡rápido!- dijo Michael y sin perder tiempo
agrego -Carol pásame dos bolsas vacías-
Una vez todos estuvieron dentro de la estrecha tanquilla,
Michael amarro dos bolsas entre si y las hizo pasar por entre las rejas para
luego anudarlas, de esa forma impedía que los no muertos pudieran abrirla para
entrar.
-aquí estaremos seguros por ahora- aseguro Michael -por ahora-